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Martín Krause

El modelo neopopulista

Pocos se adjudican la definición de "populistas" pero, como las brujas, que los hay, los hay. Siendo esto así, va a ser difícil que algunos se quieran adjudicar también una versión renovada con el prefijo "neo", pero parece que los hay también.

El populismo argentino tuvo un programa claro. Su modelo económico, implementado a través de los sucesivos "Planes Quinquenales", podría definirse así: substitución de importaciones por medio de la protección arancelaria, incorporación de industrias básicas a la propiedad del Estado, corporativismo expresado en la concentración de las negociaciones "sociales" en las cúpulas gremiales y empresarias, extracción de rentas del sector agropecuario.

Las "conquistas sociales" se financiaron con los recursos de un Estado que, al menos en términos relativos a los actuales, era sólido (altas reservas del Banco Central, reservas del sistema de pensiones) y el traslado de parte de la renta de la industria obtenida con la protección arancelaria a los trabajadores vía aportes patronales y aumentos salariales compulsivos o acordados por las cúpulas mencionadas.

¿Se justifica, entonces, que apliquemos el prefijo al populismo actual? Pues muchas cosas son bien distintas en el nuevo "modelo". La fuerte devaluación favoreció claramente a los productores agropecuarios, algunos de los cuales se vieron también favorecidos por la pesificación de sus deudas. Es cierto que volvieron las retenciones pero, por el momento, los efectos de la nueva paridad más que compensan la implantación de estos impuestos y el aumento de ciertos insumos, pues el costo de la mano de obra no ha aumentado y los insumos locales lo han hecho mucho menos que el dólar. Por otra parte, sus activos han evitado la destrucción de valor generalizada: el precio de la tierra en La Pampa mantiene el mismo valor en dólares. Los productores agropecuarios, entonces, se benefician con este modelo aunque sea levemente, a diferencia del anterior.

Pero lo más asombroso es la preferencia de los industriales por un tipo de cambio alto. Ello se explica por el efecto de la sustitución de importaciones. En el modelo populista anterior, ésta se lograba por medio de elevados aranceles de importación y sería inútil plantear esto actualmente debido a la existencia del arancel externo común del Mercosur e, incluso, de las próximas negociaciones del ALCA. Los industriales, tal vez, han comprendido esto y prefieren el elevado tipo de cambio como alternativa, ante la imposibilidad de protegerse con altas barreras arancelarias. Asimismo, el elevado tipo de cambio les ocasiona costos muy altos para incorporar tecnología importando maquinarias y equipos, pero esto lo hicieron durante la Convertibilidad, al menos los que la sobrevivieron. Entonces, la tecnología la tienen y puede durar unos años; lo que hay que desplazar es la competencia. La devaluación lo ha logrado: las importaciones cayeron 60% en el año 2002.

Pero la devaluación implica una brutal caída de los salarios reales (alrededor del 70%) y un muy elevado desempleo. La redistribución no se realiza, como antes, por medio de los salarios y los aportes patronales, sino que por medio de los subsidios a Jefes de Familia. Si bien la productividad de los empleados creados por la protección arancelaria era muy baja, la de estos planes es nula. En la medida que la industria se reactiva –gracias a la substitución de importaciones–, algunos puestos de trabajo se crearán en ese sector, pero como se ha incorporado nueva tecnología el número será menor.

¿Es el modelo neopopulista argentino sostenible? Puede sobrevivir algún tiempo consumiendo el capital invertido durante los años 90, pero el verdadero crecimiento, la real "causa del origen de la riqueza de las naciones" según Adam Smith, es una creciente proporción de capital que hace al trabajo más productivo y permite el aumento de los salarios. Esto requiere inversiones, las cuales demandan a su vez ahorro interno o externo y ese es el punto débil del modelo, que le garantiza una vida limitada. Tarde o temprano habrá que invertir, pero todavía no hay motivos para hacerlo.

Martín Krause es profesor de Economía y corresponsal de la agencia © AIPE en Buenos Aires

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