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Martín Krause

Límites al poder

La profundidad de la crisis argentina plantea la necesidad de discutir y comprender ciertos conceptos fundamentales a los que anteriormente no se les dio la importancia que en verdad tienen. Esos conceptos están íntimamente ligados a la esencia misma de la cooperación social, la convivencia pacífica, la forma de saldar diferendos, la existencia de un estado y las funciones que éste debe cumplir en beneficio de la sociedad y en el ámbito de la acción individual.

Si vamos a desarrollar nuevas instituciones, luego de la destrucción de las que teníamos, es necesario plantearnos el tipo de sociedad en la que pretendemos vivir. Así, tenemos que analizar el papel que corresponde a la esfera de la libertad individual (los derechos, el mercado, la propiedad, entre otros) y los que corresponden a la autoridad, que deben ser claramente definidos. En tal sentido, la mayoría de los políticos argentinos expresan una opinión que podría resumirse así: el mercado es voraz y sanguinario; dejado a su libre arbitrio volveríamos al "estado de naturaleza" de Hobbes, donde los más grandes se comerían a los más chicos. Esa realidad exige la acción correctora del "Leviatán"; el estado debe ser fuerte para contrarrestar esos poderes y proteger a sus súbditos. El estado, entonces, tiene como tarea fundamental limitar el poder y corregir las fallas del mercado.

La crítica que muchos políticos hacen de los últimos tiempos vividos en la Argentina es que se desmanteló esa capacidad estatal de control y surgió, entonces, un estado "anémico". Si ese es el verdadero diagnóstico, hay una determinada receta para resolver el problema.

Pero existe otra interpretación de los hechos, francamente opuesta. Según ésta, la crisis argentina actual se debe a que el estado argentino no ha estado sujeto a ningún tipo de control, cayó en manos de una clase política que lo utilizó para cultivar y alcanzar sus propios intereses. Así, como elefante dentro de un bazar, no dejó nada sin romper, con tal de mantener, ampliar y consolidar sus privilegios. La historia argentina de las últimas décadas sería entonces similar a la mexicana bajo el PRI, sólo que aquí no tuvimos un partido único sino el concubinato de varios de ellos. En la Argentina dejamos al zorro a cargo del gallinero y no debiera sorprendernos que se comiera todas las gallinas.

Esto plantea un serio problema: el estado tiene el monopolio de la coacción, del uso de la fuerza, con el supuesto objetivo de lograr la convivencia de todos y que los ciudadanos resolvamos pacíficamente nuestras disputas. ¿Pero qué sucede si una vez que le dimos ese monopolio se abusa de él? Esta pregunta ocupó a muchos pensadores que se preguntaban "¿quién custodia a los custodios?" Así planteaban la necesidad de fijar límites al poder. La constitución supuestamente cumple esa función, a través de distintos mecanismos: las garantías individuales, la renovación de los mandatos, la división de poderes, etc.

En el caso argentino, la constitución fue literalmente ignorada durante los distintos regímenes militares que gobernaron sin ninguna limitación a su poder, mientras que los gobiernos democráticamente electos, que supuestamente actuaban bajo la vigencia formal de la constitución, la pisotearon descaradamente, entrometiéndose y violando las garantías ciudadanas básicas. El más reciente ejemplo ha sido la generalizada violación del derecho de propiedad.

Desde esta perspectiva, los políticos proponen un camino que empeora la situación, por cuanto la llamada "reforma política" que propugnan apenas mejora las formas y no la sustancia del problema. Así, la reforma política propuesta permitiría hacer más competitiva la elección de representantes y de los funcionarios públicos, pero no limitaría su poder. Es verdad que nuestros futuros gobernantes podrían ser más honestos que los recientes, pero ¿hasta cuando?

En Argentina hemos visto cómo el poder político ilimitado, de manera lenta pero segura, engendra y difunde la corrupción. Ya lo decía, en el siglo XIX, el historiador católico inglés Lord Acton: "el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente".

Martín Krause es profesor de Economía y corresponsal de la agencia AIPE en Buenos Aires.

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