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Martín Krause

Los derechos humanos en Cuba

La verborrea del ya más longevo y ahora único dictador de América Latina, Fidel Castro, es conocida. Sus discursos de varias horas de duración no parecen ceder al paso del tiempo, igual que su vocación de aferrarse al poder por la fuerza.

Ahora, uno de esos discursos ha generado una tormenta en la Argentina y otra en las relaciones entre los dos países. La Argentina, que siempre antes hipócritamente se abstenía de votar en las Naciones Unidas cuando se trataba el tema de la violación de los derechos humanos en Cuba, el año pasado decidió votar en contra de ese gobierno, esto es, a favor de los derechos humanos.

Ahora se aproxima otra votación en ese organismo y en anticipación de lo que el gobierno argentino vaya a hacer, dedicó buena parte de un discurso de seis horas a participantes en el Tercer Encuentro Internacional de Economistas (tal vez debería agregarle al título “marxistas”, pues ningún otro seguramente ha concurrido) y realizó allí algunos comentarios que generaron todo el asunto.

Se refirió a la economía argentina, a su alto nivel de endeudamiento, pero le atribuye esos males al “neoliberalismo”: “La deuda de la Argentina era en un momento dado de 61.000 millones de dólares. Antes del neoliberalismo, que empezó con Menem y sigue con los que vinieron detrás de él, y se va a recrudecer. En época de Menem éste acarició la idea de la dolarización, el billete verde. ¡Qué felicidad!: créditos, consuma, compre. ¡Qué maravilla de desarrollo!¡Qué contenta la gente comprando refrigeradores, televisores, automóviles, todo! Y por otro lado, el gobierno vendiéndolo todo, hasta los parques”.

El dato es cierto, y la deuda argentina se ha más que duplicado desde entonces, pero lo que Castro no comprende es que eso se debe al despilfarro del estado, al excesivo gasto público, el mismo que mantiene hundida a la economía de su país. Inclusive con el tema de los dólares, pues son los cubanos quienes desesperan por conseguir alguno ya que es el único medio de acceder a bienes de consumo en las “diplotiendas”, ya que el resto de los comercios muestra solamente estanterías vacías. Son los cubanos quienes desearían fervientemente obtener créditos, consumir, comprar refrigeradores, televisores y automóviles, bienes que seguramente Fidel tiene a su disposición y por eso no llega a comprender cómo la gente se desespere por tenerlos.

No obstante, lo que más causó conmoción es que haya dicho que el estado argentino necesita aún más de la siguiente forma: “Ahora necesita casi 40.000 millones más. Eso es lamer la bota de los yanquis”. Y, por último, comentando que todo en la Argentina había sido ya vendido señaló: “¿Ustedes tienen algo por allá? (Les pregunta a unos economistas argentinos. Estos le responden que el Obelisco es por un fundador). No, no hay que venderlo, hay que cuadrarlo frente al imperio, y poner una banderita de las barras y las estrellas. ¡Si ya no pueden haber ultrajado más la memoria de los fundadores! Y se cree que los pueblos no se dan cuenta de eso, y que son bobos”.

También se da cuenta el pueblo cubano. Pero no es mi intención continuar debatiendo a Castro sobre cuestiones que ya todos conocen, sino señalar que los actuales problemas en las relaciones entre Cuba y la Argentina son el resultado de años de hipocresía y de cinismo. Muchos gobiernos argentinos decidieron “abstenerse”, o lavarse las manos en materia de derechos humanos en Cuba. Pero no se puede continuar por mucho tiempo llenándose la boca con loas a la democracia y evitar el conflicto que la ausencia de ella en Cuba genera. No se puede condenar violaciones de derechos en ciertos lugares pero aquí no. No es posible alegrarse por el juicio contra Pinochet sin lamentar la situación de los presos políticos en Cuba.

Y ahora que el gobierno argentino hace lo que siempre debería haber hecho, Castro, quien no es tonto, aprovecha para mostrar esta decisión como una sumisión a la voluntad de Washington, apelando a que el sentimiento patriótico de los argentinos les nuble su preocupación por la libertad individual.

La Argentina, por supuesto, debería adoptar una posición de principio: condenar toda violación de derechos humanos.

© AIPE

Martín Krause es corresponsal en Buenos Aires de la agencia de prensa AIPE.

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