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Mauricio Rojas

Trump, Sanders y la crisis del sueño americano

El futuro de los Estados Unidos no pinta nada halagüeño, pero tampoco lo hace el nuestro.

La política estadounidense se encuentra en una fase de profunda conmoción y cambio. Nunca un candidato abiertamente socialdemócrata había cosechado éxitos comparables a los de Bernie Sanders. Tampoco alguien con una retórica tan brutalmente populista como la de Donald Trump había desafiado con éxito las estructuras políticas de poder ni tenido una opción real de ser presidente de Estados Unidos.

Ahora bien, lo más significativo de todo esto es que los éxitos de Sanders y Trump no son hechos fortuitos ni pasajeros, sino que reflejan grandes transformaciones que han minado los fundamentos tradicionales de la sociedad norteamericana y de su gran idea-fuerza: la de una sociedad de oportunidades, donde el éxito o fracaso individual dependen, en lo esencial, del esfuerzo y mérito de cada uno.

Dos obras de dos reputados cientistas sociales norteamericanos nos ayudan a comprender mejor este cambio decisivo: Coming Apart ("Separándonos") de Charles Murray (2012) y Our Kids ("Nuestros hijos") de Robert Putnam (2015). Los subtítulos de ambos libros nos indican con claridad cuál es el eje de la transformación que hoy remece la política estadounidense: The State of White America ("La situación de la América blanca") y The American Dream in Crisis ("El sueño americano en crisis").

Los autores sostienen posiciones divergentes en lo ideológico, así como en cuanto al análisis de las causas de lo acontecido y las formas de remediarlo. Sin embargo, sus descripciones son altamente coincidentes. Para ambos se trata de una nación que se divide de forma cada vez más profunda, pero no siguiendo las separaciones tradicionales relacionadas con la etnicidad, la "raza" o el género, que de hecho están disminuyendo, sino diferencias socioeconómicas o "de clase". Como dice Murray, estaríamos presenciando "el surgimiento de clases diferentes a todo lo que el país había conocido antes, tanto en cuanto a su tipo como al grado de separación entre las mismas".

Este fenómeno, que se da dentro de todos los grupos étnico-raciales, adquiere una intensidad particular en la población blanca tradicional (es decir, excluyendo a los "latinos"), afectando especialmente a su amplia clase media compuesta en gran medida de trabajadores industriales bien remunerados. Lo que estaríamos presenciando sería, según Putnam, “el colapso de la clase trabajadora” y, simultáneamente, “el nacimiento de una nueva clase alta”.

Esto es para Putnam la causa de una creciente "brecha de oportunidades", que transforma el sueño americano en un frustrante espejismo para muchos. Con ello, entra en crisis la tradicional aceptación o incluso enaltecimiento de las diferencias de ingreso y riqueza. Mientras predominó la percepción de que Estados Unidos era una sociedad que brindaba a todos una igualdad básica de oportunidades para triunfar, esas diferencias fueron vistas como legítimas.

Eso ya no es mayoritariamente así, si bien la gran mayoría de los estadounidenses querría que así fuese. El sueño americano sigue siendo fuerte como un deseo, pero ya no es reconocido como un componente real de la sociedad norteamericana. Por ello es que surge con fuerza la denuncia de los "superricos" y también las demandas redistributivas de corte socialdemócrata, es decir, que tienden a igualar los resultados y no el punto de partida.

Las estadísticas sobre la distribución del ingreso le dan un amplio respaldo a esta nueva percepción de la sociedad norteamericana. Después de un largo período de notables aumentos simultáneos del bienestar general de la población y la igualdad en la distribución de los frutos del progreso, la tendencia se invierte a partir de la década de 1970. Primero de manera menos evidente pero luego aceleradamente, para concluir con un espectacular aumento de las fortunas de la élite de la élite económica: el famoso 1% o, más aún, el 0,1% que desde los años 70 triplica su porción del ingreso nacional.

Lo que hace este hecho escandaloso para muchos norteamericanos es que coincide con salarios estancados o incluso decrecientes para muchos. Esto es evidente desde finales de los años 90, pero se intensifica a partir de la crisis de 2007-2008.

Esta es la realidad que le da fuerza al ataque de Sanders contra los "superricos" y a la agitación de Trump contra el “establishment” y la supuesta alianza de “Washington” (la elite política) con “Wall Street” (la elite económica). Tanto Trump como Sanders denuncian la "traición de las elites", que le ha abierto el país a la dañina competencia de los productos importados y también, en el caso de Trump, a una inmigración ilegal masiva. Esta traición de las elites sería la responsable del empobrecimiento del trabajador medio y, en especial, de los trabajadores industriales desplazados hacia ocupaciones inseguras y de menor rentabilidad.

De esa clase trabajadora predominantemente blanca, desplazada y amenazada, proviene el votante medio de Trump. Se trata, por lo general, de hombres blancos de edad media, con niveles relativamente bajos de educación y una rabia difícilmente contenible. En el caso de Sanders, su público típico se compone de jóvenes de ese mismo tipo de estrato social.

En suma, el futuro de los Estados Unidos no pinta nada halagüeño, pero tampoco lo hace el nuestro. Una vuelta de esa gran potencia a su vieja política de autoaislamiento y proteccionismo sería una tragedia para todos.


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