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Michelle Malkin

El síndrome del soldado de inverno

"Me encantan las tías que han intimado con... explosivos", aseguró Beauchamp haber dicho en alto en su presencia. "La verdad es que me ponen los rostros desfigurados, los miembros amputados, las narices protésicas".

La historia del soldado Scott Thomas Beauchamp, el desacreditado autor de los "diarios de Bagdad" de la desacreditada revista The New Republic, es cosa vieja y repetida: un soldado dado al autobombo relata atrocidades de guerra. Los medios de comunicación difunden sus relatos sin el menor asomo de sentido crítico. Los militares se huelen que hay gato encerrado e investigan los agujeros que encuentran en esas historias demasiado buenas para ser ciertas (bueno, en realidad demasiado malas). Los patrocinadores ideológicos del soldado culpan al mensajero por exponer ante la opinión pública el fraude pacifista.

Beauchamp está ingresado en el hospital en el mismo pabellón que John F. Kerry, el agente infeccioso original de la tóxica enfermedad estadounidense conocida como síndrome del soldado de invierno. El pabellón se está llenando.

Esta semana, los investigadores militares norteamericanos concluyeron que Beauchamp se inventó las acusaciones contra las tropas por comportamiento impropio puestas negro sobre blanco en una serie de ensayos para New Republic. "La investigación está cerrada y las alegaciones del soldado Beauchamp son falsas", explicó a USA Today el mayor Steven Lamb, un portavoz de la División de la fuerza multinacional en Bagdad. El New Republic ha respaldado el trabajo de Beauchamp. Pero Michael Goldfarb, el editor online y blogger del Weekly Standard que fue el primero en poner en tela de juicio la veracidad de los artículos, informó el lunes pasado que el soldado había "firmado una declaración jurada admitiendo que los tres artículos que publicó en el New Republic eran exageraciones y falsedades; patrañas que apenas contendrían un 'atisbo de verdad', según las palabras de nuestra fuente".

Para ilustrar cómo la guerra consigue convertir a los soldados en seres indiferentes al dolor humano, Beauchamp describió una escena en la que, sentado en un comedor en Irak, ridiculizó a una contratista civil cuya cara se "había derretido" a causa de la explosión de un dispositivo improvisado. "Me encantan las tías que han intimado con...  explosivos", aseguró Beauchamp haber dicho en alto en su presencia. "La verdad es que me ponen los rostros desfigurados, los miembros amputados, las narices protésicas". Beauchamp relató vivamente: "Mi amigo casi se cayó de la silla de la risa. La mujer desfigurada golpeó la mesa con su taza y salió corriendo del comedor".

No era verdad. Después de que soldados en activo, veteranos, periodistas empotrados y bloggers hiciesen preguntas sobre la veracidad de la anécdota, Beauchamp confesó a los meticulosos investigadores del New Republic que la humillación había tenido lugar en Kuwait, antes de que hubiera puesto un pie en Irak para experimentar los efectos de la guerra sobre el alma humana. Pero funcionarios militares en Kuwait intentaron verificar el incidente y lo calificaron de "leyenda urbana o mito".

Los ensayos del soldado están llenos de historias similares. ¿Cuánta verdad había en lo que relató Beauchamp, aspirante a escritor creativo que alardeó en su propio blog que "volvería a Estados Unidos como autor" tras el servicio (sobre el que dijo a familia y amigos que "añadiría legitimidad a todo o que hiciera luego")? La primera línea de su ensayo Tropas de choque, que comenzaba con la burla de la cara desfigurada, era ésta: "La veía casi siempre que iba a cenar al comedor de mi base en Irak".

"Casi siempre". "Mi base en Irak". Una patraña de principio a fin.

Los defensores del New Republic, una revista izquierdista tristemente célebre por haber sido engañada por otro joven y ambicioso fabulador, Stephen Glass, afirman que la saga de Beauchamp ha sido exagerada y sacada de quicio, perpetuada por bloggers chapuceros y  aficionados a los rumores, utilizada como distracción de los problemas en Irak y explotada por "crías de halcón" que niegan que en la guerra haya atrocidades.

Pero la verdad es que no encontrará partidarios a ultranza de Bush entre los bloggers militares, los periodistas independientes empotrados o las tropas en activo que más cuestionaron el fraude Beauchamp. Son muy conscientes de que en Irak no todo va a las mil maravillas. Pero a diferencia del soldado, tienen el compromiso de contar toda la verdad sobre la guerra, no sólo aproximaciones y adornos que les permitan publicar en revistas sin mayores esfuerzos y lograr jugosos contratos literarios de los editores de Nueva York. Los que dudan de Scott Thomas reconocen las atrocidades cuando las ven pero, al contrario que los editores del New Republic, también reconocen el estiércol cuando lo huelen.

Desde que John Kerry se sentara frente al Comité de Relaciones Exteriores del Senado y acusara a soldados norteamericanos de saquear gratuitamente aldeas "de una manera que recuerda a Gengis Khan", la izquierda ha apoyado a un reducido grupo de soldados que se odian a sí mismos y proyectos de soldado dispuestos a vender sus almas "endurecidas por la guerra" a la causa pacifista. Piense en Jimmy Massey, el marine demente que acusó falsamente a su unidad de involucrarse en un genocidio en masa contra iraquíes. Piense en Jesse Macbeth y Micah Wright, los rangers pacifistas del ejército que no eran rangers del ejército.

El síndrome del soldado de invierno solamente se curará cuando los costes de difamar a las tropas sobrepasen a los beneficios. Dejar en evidencia a Scott Thomas Beauchamp y a quienes son cómo él importa porque la verdad importa. El honor del ejército importa. La credibilidad de los medios importa. ¿Cree usted que no hay diferencia? Imagine dónde estaría hoy el senador John Kerry si Internet hubiera existido en 1971.

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