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Miguel del Pino

Doñana, la eterna polémica

Confieso que no me gusta que vengan a llamarnos la atención sobre la gestión de nuestro patrimonio natural quienes hace décadas acabaron con el suyo.

Cuando las legiones romanas llegaron a la desembocadura del Guadalquivir, Estrabón, el historiador griego cronista de las hazañas de Publio Cornelio Escipión "el Africano", describió un gran lago, al que se llamó Ligurtino.

Tan sólo unos siglos después, los sedimentos aportados por el Padre Guadalquivir han convertido ese lago en una marisma de importantísimo valor ecológico: el actual Parque Nacional de Doñana.

Doñana es un humedal de especial importancia estratégica, al descansar en sus aguas someras buena parte de la avifauna migratoria europea que busca aquí sus cuarteles de invierno, en el caso de las especies que después regresarán al norte para criar, o bien de las que anidan y se reproducen en la propia marisma. Un enclave considerado como Reserva y Patrimonio no sólo español, sino de toda la humanidad y en particular de Europa.

Como es bien sabido, el río Guadalquivir nace en la Sierra de Cazorla, desde allí toma dirección nordeste para después girar bruscamente y recorrer la campiña andaluza hasta Sevilla, desde donde toma rumbo sur con un cauce divagante y tranquilo y se rompe en numerosos brazos que convergen finalmente para desembocar en el Atlántico por Sanlúcar de Barrameda.

La gran planicie de la desembocadura, el antiguo Lago Ligurtino, se inunda cada año formando la inmensa marisma del Guadalquivir, la gran encrucijada donde paran y encuentran cobijo las aves de Europa y de África: el gran paraíso ornitológico del que España debe sentirse orgullosa.

El año de la marisma repite sus vivencias de manera cíclica: el nivel de las aguas cambia notablemente en función de la estación y de los aportes hídricos, y en consecuencia también fluctúan las poblaciones de sus habitantes.

Al comenzar el año, la marisma inundada es residencia de centenares de miles de patos y varias decenas de millares de gansos invernantes que en febrero emprenderán viaje hacia el norte para buscar sus cuarteles de cría. A medida que descienden las aguas y se desarrolla la vegetación palustre van aumentando las nidificaciones de las aves que se quedan para criar. En junio disminuye la marisma y la vida se concentra en los lucios, que es como se denominan las lagunas aisladas en medio de la vegetación.

A partir de julio la marisma se seca, las aves acuáticas se dispersan y el agua se torna en estepa, donde insertan avutardas, ciervos, zorros, jabalíes: un mundo tan cambiante como rico en biodiversidad y productividad biológica.

Doñana no es sólo marisma. El Parque Nacional comprende otros dos ecosistemas de importancia como son el bosque y matorral mediterráneo, y las dunas móviles; cada uno de estos suficientemente importantes por sí mismos como para justificar la protección extrema que merece este privilegiado entorno.

En el sur del continente europeo hay otros extensos humedales, pero Doñana es el de mayor importancia, sobre todo desde que en los tiempos en que se pensaba que las zonas húmedas no eran sino insalubres áreas de cría de mosquitos que había que desecar a toda costa, acabó con un importante parte de las mismas.

Es bien conocida la historia del gran sueño de la política agraria desarrollada por Mussolini en las marismas del Tiber, santuario de la naturaleza que fue desecado para establecer el "agro Pontino", que se imaginaba como una fértil extensión que produciría más arroz del que necesitaba toda la población italiana. La Madre Naturaleza nos demostró lo erróneo de esta ilusión al salinizarse en poco tiempo los terrenos arrancados a la marisma.

También Doñana iba a ser desecada tras nuestra Guerra Civil. El destino adjudicado a la mayor reserva de aves migratorias de Europa era su conversión en una inmensa plantación de eucalipto. Las obras ya se habían iniciado cuando dos de los científicos más ilustres del siglo XX español, los ornitólogos Francisco Bernis y José Antonio Valverde se dirigieron personalmente al Jefe del Estado, Francisco Franco, para atreverse a poner en duda su patriotismo si permitía tal tropelía ecológica.

El mensaje dio en el clavo y Franco ordenó la paralización de las obras de desecación y la apertura de una investigación científica. Todo concluyó felizmente con el logro de fondos internacionales que pusieron a salvo el entorno de Doñana y lo constituyeron en Parque Nacional.

Pero la declaración no consiguió poner a salvo el delicado ecosistema marismeño, eternamente amenazado por las deficientes políticas de gestión de las aguas del entorno, que en ocasiones llegan contaminadas o escasas por las extracciones ilegales. No olvidemos el desastre de la balsa minera de Aznalcóllar que estuvo a punto de acabar con Doñana.

Así que, una vez más, el "Gran Jefe" europeo nos tira de las orejas y nos advierte de fuertes sanciones a nuestro país si no se toman urgentes medidas de protección para los acuíferos del entorno del Parque. Esta amenaza responde a las denuncias presentadas por diversos colectivos españoles, WWF España entre ellos.

Confieso que no me gusta nada que vengan a llamarnos la atención sobre la gestión de nuestro patrimonio natural quienes hace unas décadas, cuando no siglos, acabaron con el suyo; pero hay que reconocer que hoy funcionamos de manera colectiva en muchos aspectos con el resto de Europa, y lo más importante, que Bruselas tiene razón.

De manera que es muy urgente tomar todas las medidas correctoras necesarias para que las aguas de los caños que forma el Guadalquivir lleguen a la marisma sin contaminación y en caudal suficiente para su mantenimiento.

Y si por añadidura, Doñana se limpia en verano de políticos en vacaciones molestando a las aves para jugar a ecologistas, mejor que mejor.

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