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Miguel del Pino

Greenpeace, frente a las costas españolas

La Bahía de Algeciras nunca sería un buena zona para construir una escollera por ser un caladero donde faenan pescadores, en este caso, españoles.

Dos declaraciones sucesivas sobre el desarrollo en el Mediterráneo y el hormigón británico en Gibraltar hacen necesaria una llamada al orden a esta organización ecologista, que se autotitula internacional, sobre la autoridad española para gestionar sus recursos ecológicos, entre ellos los marinos y los costeros.

Polémica lista negra

La primera nota de prensa establece una especie de "lista negra" de municipios que más han destruido las costas de nuestro Mar Mediterráneo desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, y llama a la insumisión municipal contra la nueva Ley de Costas. Para Greenpeace, las costas españolas lindantes con el Mare Nostrum estarían mucho mejor en su condición virgen, pero no sólo ellas, ya que tampoco se salvan de esta ensoñación determinadas zonas costeras cantábricas, como alguna perteneciente a Vizcaya.

No vamos a caer en el error de dar publicidad aquí a la lista negra hippy-ecologista de costas urbanizadas. Desde luego la Ciencia no puede estar a favor del desarrollismo a ultranza, en este caso "a toda costa" -como se titula, reconozcamos que de modo ingenioso, la campaña ecologista- pero es imprescindible seguir el mandamiento histórico de juzgar los hechos en función de su contexto y del momento en que se produjeron. En este sentido la transformación turística del contexto marítimo mediterráneo no se rigió, durante la etapa de máximo vigor, por criterios ecologistas que, en este caso, habrían resultado completamente insostenibles.

Quizá sea momento de recordar a Greenpeace que las limitaciones impuestas a la industria española con motivo de nuestro ya casi remoto ingreso en lo que en su momento se llamaba "Mercado común", nos remitían de manera inexorable a la condición de "País de servicios", especialmente cuando también la ganadería -recordar las vacas lecheras cantábricas- y la agricultura, con los siempre impunes ataques a nuestros camiones de frutas y verduras, tampoco salían bien paradas ante las presiones del comisariado europeo. ¿Tampoco podríamos explotar nuestra riqueza turística?

Se cometieron numerosos errores de planificación territorial y de construcción siguiendo moldes urbanísticos más propios del modelo "gran ciudad" que de una explotación turística de la costa pensando en la naturaleza y en el futuro, de esto no cabe la menor duda y todavía es posible corregir errores del pasado y aplicar criterios de desarrollo no incompatibles con las orientaciones de las Ciencias del Mar y de la ecología de zonas costeras.  De aquí a satanizar puntos y localidades concretos, muchos de ellos de extraordinaria rentabilidad económica en estos tristes tiempos de crisis y paro, existe un verdadero abismo.

Cuna de civilizaciones desagradecidas

El Mediterráneo es el más antiguo de los mares, ya que nunca se ha cerrado por completo desde que se desgajó el supercontinente Pangea por primera vez, o al menos desde la primera vez que tenemos noticias de este fenómeno. Fue el mar de Tetis, la diosa de los océanos; el limitador y polarizador entre un supercontinente norte (Laurasia) y un supercontinente sur (Gondwana). Tierras y mares se desplazarían posteriormente a la deriva y nuevos océanos, como el aún joven Atlántico, se abrirían separando continentes, pero Tetis, ahora reducido el pequeño Mediterráneo, siempre permaneció fiel a su papel de mar ancestral y cuna de nuestra civilización. Aunque sus hijos no le hayamos salido demasiado respetuosos.

La contaminación, la urbanización, la superpoblación y la sobrepesca son algunos de los problemas que le han planteado al Mare Nostrum sus irrespetuosos hijos, pero está claro que no nos referimos a los gerentes de los Municipios españoles del siglo XX, sino al tributo que tienen que pagar aquellos ecosistemas que resultan especialmente adecuados para el desarrollo de la vida y de la civilización humana. Greenpeace debería extender sus críticas en el espacio y en el tiempo: en el espacio para abrirse a todas las naciones que ocupan el litoral y que, sin excepción, han pensado más en el desarrollo que en la ecología; en el tiempo podríamos censurar a los habitantes de la Roma clásica que saneaban las marismas para evitar la Malaria.

En cualquier caso las soflamas de la organización ecologista se plantean en un momento especialmente delicado; cuando parece que las penurias de la crisis económica podrían empezar a experimentar cierto alivio precisamente en función de las actividades turísticas en las costas mediterráneas españolas. Los efectos rebote ante el puritanismo ecologista no tardarán en producirse, con daño para quienes luchan a favor de la naturaleza desde planteamientos científicos, mucho más realistas y respetuosos con nuestra propia especie.

Escolleras. ¿En las costas británicas?

El segundo titular de Greenpeace procede de las declaraciones a la cadena Ser de su portavoz para la campaña de océanos, Elvira Rodríguez , de las que se ha hecho amplio eco Europa Press. Para Greenpeace "el impacto de los vertidos de bloques de hormigón al mar como el que ha realizado Gibraltar es bastante menor que los beneficios que ocasiona", añadiendo que "el vertido de bloques de hormigón es algo que se usa de forma bastante común en la costa española".

Ante estas afirmaciones, sin duda improcedentes, conviene aclarar que, desde el punto de vista científico, la formación de escolleras artificiales submarinas es un procedimiento que se utiliza en efecto en ciertas áreas donde se pretende establecer criaderos de especies que necesitan refugios para los reproductores, especialmente si éstos son territoriales, así como para la freza y la supervivencia de los alevines. Las especies costeras pueden ver así aumentadas notablemente sus áreas de cría, y no sólo se arrojan bloques de hormigón, sino incluso automóviles obsoletos, electrodomésticos  y otros mil objetos susceptibles de incorporarse a los fondos marinos. Es cierto que esto se hace con cierta frecuencia pero ¿dónde?. Esta es la cuestión fundamental.

Estaríamos tentados de entrar en la polémica sobre cuáles son los fondos marinos adecuados para construir escolleras en función de criterios ecológicos. Desde luego, nunca en zonas como las aguas de la costa gibraltareña que constituyen caladero para los sufridos pescadores españoles, cuyas artes podrían resultar inutilizadas o dañadas; pero no vamos a hacerlo.

Es mejor limitarnos a afirmar que la gestión de las aguas costeras en todas sus facetas, sin desechar la de las famosas escolleras de Gibraltar, le corresponde a la planificación territorial del país a cuya soberanía pertenecen: en este caso a España. Punto.

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