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Miguel del Pino

La momia

No es extraño que el policía que recibió la noticia creyera que se trataba de una broma. "Hay un delfín momificado en un camino de la madrileña Casa de Campo". Pero era verdad, y el misterio de esta momia aún no ha sido esclarecido. Probablemente no lo será nunca.

En su momento la noticia saltó con fuerza a los medios: un perro que correteaba junto a su amo por el parque descubrió semienterrado el cuerpo en putrefacción de un delfín. La inmediata proximidad del Zoo acuarium de Madrid incitaba a pensar en la pertenencia de los restos al mismo, pero esta hipótesis fue inmediatamente descartada.

Ante el largo hocico que presenta la cabeza, algún científico se atrevió a clasificarlo como un zifio, o delfín de río, lo que contribuyó a aumentar el misterio, pero parece que se trata de uno de los más abundantes delfines del mediterráneo y de las aguas templadas del Atlántico, la especie Stenella coeruleoalba, nombre que alude a las listas blancas de las partes laterales de su cuerpo, que contrastan con el azul oscuro general de su librea.

Particularmente, creo que no se trata de ningún misterio. Los delfines listados son muy abundantes en el Mar Mediterráneo, donde nadan en grupos numerosos repartidos por edades y sexos, y es muy frecuente que embarranquen. Hace años, trabajando con Televisión española tuvimos la oportunidad de encontrar el cadáver de uno de ellos, pero en su embarrancamiento habían tenido culpa los más de veinte proyectiles que encontramos en su cuerpo. Así de absurdo.

El hombre es el principal enemigo de esta especie, bien por agresiones directas o lo que es más frecuente, por pesca accidental cuando caen en las grandes redes. La situación de la especie no es demasiado preocupante, aunque conviene no bajar la guardia en las medidas de protección, que incluyen la prohibición de su captura.

Volviendo a nuestros restos momificados, la red que los envuelve constituye la mejor pista, ya que se trata de una protección habitual utilizada para conservar restos de cetáceos y de grandes peces por parte de los taxidermistas que quieren conservar sus esqueletos.

De manera que ya podemos construir nuestra película sin excesivo miedo a equivocarnos: un delfín listado varado encontrado en la playa o un ejemplar de la especie caído accidentalmente en una red fue trasladado desde una costa española, probablemente andaluza, con la intención de preparar su esqueleto con fines didácticos o científicos. "Se non è vero, è ben trovato".

Si abandonar los restos enterrándolos para que la descomposición natural facilitara el trabajo hubiera sido la causa del descubrimiento, nos encontraríamos ante una insalubre imprudencia e incluso ante un presunto delito. En cualquier caso, será muy complicado averiguar quién fue el aprendiz de brujo que jugó a ser taxidermista aficionado.

Vamos a tratar de hacer de la necesidad virtud para conseguir que el absurdo descubrimiento nos sirva para recordar a los delfines; sin duda las criaturas más extraordinarias que la evolución ha producido en nuestro planeta. La especie en cuestión es una de las más juguetonas de los mares, y llamamos juego a su interés por interaccionar con los tripulantes de los barcos haciéndose notar a su paso. Los delfines listados saltan, hacen cabriolas y acompañan el rumbo de las embarcaciones sin otro objetivo aparente que el de jugar, y sólo juegan los animales muy inteligentes.

El cerebro de los delfines es extraordinariamente complejo, con un cortex bastante más desarrollado que el de los grandes primates: reconozcamos que incluyendo al hombre. Lamentablemente vivimos en universos paralelos, el terrestre y el acuático, estamos dotados de sentidos muy diferentes y todavía no hemos conseguido entendernos.

A lo más que han llegado muchos humanos es a conseguir tocar a un delfín adiestrado en un delfinario, cuando su entrenador le hace salir del agua y "posar" inmóvil en el borde de la piscina; el tacto es sorprendente, idéntico al de la textura de un huevo cocido sin cáscara.

Bajo la piel se encuentra la capa responsable de dicha sensación táctil, se trata de una maravillosa estructura muscular que se adapta a los remolinos del agua disponiéndolos de forma que el animal nada siempre en régimen laminar ya que las turbulencias quedan disipadas. Es el gran sueño de los campeones humanos de natación y una verdadera maravilla de la naturaleza.

El "idioma" de los delfines es complejísimo. Nos atrevemos a calificar de idioma a las diferentes gamas de sonidos que emiten, a través de los labios de su espiráculo, el orificio situado en la parte superior de su cabeza. Estos sonidos se transmiten por el medio acuático y son percibidos por sus congéneres de forma todavía no esclarecida del todo, parece que no sólo por el oído, sino también por medio de ramas nerviosas que llegan hasta la mandíbula inferior.

Interpretar este lenguaje es uno de los más apasionantes desafíos para la curiosidad científica actual. Los delfines domesticados son capaces de comunicar a otros ejemplares las habilidades que han aprendido de su adiestrador, y debemos admitir que no comprendemos cómo lo consiguen.

Lo más maravilloso de la conducta de los delfines es lo que los científicos llaman "conducta epimelética", que consiste en la ayuda que se prestan unos a otros en situaciones comprometidas. Tales ayudas llegan a la conducción de un ejemplar enfermo sobre las aletas de varios compañeros, de manera que puedan mantener sus movimientos respiratorios. No se trata de fantasías, sino de hechos comprobados.

El comportamiento de ayuda no sólo se presenta entre miembros de su especie. Algunos testimonios asombrosos por parte de náufragos hablan de cómo los delfines les ayudaron a sostenerse en el agua e incluso les empujaron hacia la costa. ¿Cierto o exagerado? En cualquier caso ¿quién puede tratar de hacer daño a criaturas tan extraordinarias?

De manera que repose tranquila la momia marina de la Casa de Campo. Nunca averiguaremos su origen, pero nos ha servido para reflexionar sobre los animales más extraordinarios con los que compartimos la aventura de la vida.

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