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Miguel del Pino

Vecinos animales

¿Quién podía haber imaginado hace apenas dos décadas que nos quedaríamos sin gorriones en el entorno urbano?

¿Quién podía haber imaginado hace apenas dos décadas que nos quedaríamos sin gorriones en el entorno urbano?
El mirlo ha desplazado al gorrión en nuestras ciudades. | Pixabay/CC/carabito

En una de las mañanas más frías del reciente final de otoño disfrazado de invierno que acabamos de soportar, en el jardín del Parque de Roma próximo a nuestra redacción, un mirlo me mira con descaro y una por una se desayuna cinco bayas rojas de un arbusto ornamental: obtiene así energía para pasar el día y me proporciona la imagen navideña con la quiero felicitar, con mis mejores deseos, a todos los lectores de nuestras páginas digitales.

Hace ya bastantes años un naturalista español, Luis Miguel Domínguez, discípulo de Félix Rodríguez de la Fuente y buen amigo, al que conozco desde su entusiasta niñez de apasionado amante de la naturaleza, sorprendió con un programa genial de televisión que tituló Fauna callejera; muchos ciudadanos aprendieron que los halcones criaban en los edificios más altos de Madrid, que los Parques, y también el arbolado de la ciudad albergan una increíble diversidad de fauna ornitológica.

Los televidentes descubrieron que no hay que sorprenderse por encontrar una gaviota en Madrid porque las hay a centenares, que las ratas siguen formando verdaderas comunidades de nocturnos proscritos y que los gatos callejeros están tan bien adaptados al entorno nocturno de la ciudad, con sus cubos de basura incluidos, como los tigres al cañaveral de la jungla o los leones a la estepa.

Cuando nosotros titulamos Jungla de Asfalto, nuestro programa de los fines de semana en esRadio lo hicimos pensando también en la gran biodiversidad urbana. En concreto tal titular se me ocurrió cuando encontré a un querido exalumno, hoy brillante investigador en Botánica, el Dr. Alejandro Quintanar, examinando en plena calle una hierbecilla que asomaba entre dos baldosas, y que, según me contó entusiasmado, pertenecía a una rara especie.

En los últimos años la fauna callejera ha evolucionado notablemente. Lo más llamativo de estas sucesiones de especies es la proliferación de las colonias de cotorras, argentinas y de Kramer, prototipo del problema de las especies invasoras, que llegaron a la ciudad por descuido y que nadie podía imaginar que lo hicieran para quedarse.

También se han asentado poco a poco algunas especies de rapaces entre las que destaca el cernícalo vulgar, que se ha ido extendiendo de forma centrípeta, desde el campo hasta lo que se llamaron ciudades dormitorio, y al crecer éstas hacia la urbe central, llegando a fundirse con ella, se extendieron las pequeñas rapaces hasta hacerse inesperadamente abundantes.

Confieso que al principio de este fenómeno me costaba trabajo creer a los oyentes que llamaban a nuestro consultorio para contarnos tremendos ataques de "pequeños halcones", solían decir, contra los canarios que sacaban a sus ventanas para darles un bañito de sol y deleitarse con su canto, pero no hubo más remedio que terminar por aconsejar que no sacaran al exterior los pájaros domésticos para evitar este peligro.

Hablaba el escritor madrileñista Antonio Díaz Cañabate de ese "Madrid del canario y los geranios en las ventanas", que era para el castizo "Caña" paradigma de la alegría en la ciudad. Hoy tenemos que guardar bien a los canarios "balconeros" y resignarnos a la pérdida de los geranios año tras año cuando son descubiertos y atacados por la mariposa exótica e invasora Cacyreus marshali, que llegó desde Australia y no encuentra por estas latitudes apenas enemigos naturales.

Pero la ciudad sin canarios y sin geranios se ve compensada por la llegada de nuevos ciudadanos, tanto botánicos como zoológicos: si el geranio ha pasado de planta perenne a planta de temporada, otros vegetales de flor lo han sustituido de manera fulminante y así hay rosales que imitan su floración, begonias y azaleas reflorecientes y toda una variedad de plantas de jardín y terraza que, menos castizas y conocidas, se van imponiendo en balcones y jardines.

Para los fanáticos defensores de lo autóctono diremos que los familiares geranios son en realidad pelargonios: no son propios de nuestra flora, sino que proceden de Sudáfrica, aunque nadie se atrevería a estas alturas a negarles su ciudadanía y hasta su adquirido casticismo.

Volviendo a la fauna callejera de nuestro buen amigo Luis Miguel, en los últimos años se ha producido una verdadera revolución, con pérdida de algunas especies, antaño muy familiares, y adquisición de otras que hasta hace pocos años eran muy raras en la ciudad. ¿Quién podía haber imaginado hace apenas dos décadas que nos quedaríamos sin gorriones en el entorno urbano?

Lo peor es que no están claras por completo las causas de esta disminución en la ciudad del ave más urbanita a nivel mundial, el Passer domesticus o gorrión común. La moderna arquitectura puede ofrecerle menos refugios para anidar de los que encontraba antaño en cornisas y tejados, pero no parece ser ésta la causa determinante. En nuestras ciudades, la competencia con las cotorras liberadas en el entorno urbano puede estar el fondo del misterio.

Los pequeños fringílidos, como jilgueros y verdecillos son, por el contrario, cada vez más frecuentes en el arbolado urbano, donde crían ya de manera habitual: parece que la presión de las rapaces urbanas les va empujando hasta el mismo corazón de la ciudad, donde hasta hace unos años eran infrecuentes.

En definitiva las aves urbanas han evolucionado mucho en los últimos años: algunas, como el mirlo a quien encontramos desayunando al comienzo de esta reflexión son cada vez más frecuentes, mientras otras como el gorrión común, quien iba a pensarlo, se encuentran en franca decadencia.

Pocas cosas más tristes para el naturalista que imaginar una ciudad sin pájaros, pero afortunadamente son bastante numerosas las especies de aves que nos obsequian con su compañía y algunas, como los pájaros insectívoros, formarán, cuando llegue el verano, verdaderas brigadas de limpieza. Ahora, en pleno invierno, saludemos al mirlo con el que abrimos este comentario y que nos ilustra nuestra felicitación navideña a los lectores.

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