Menú
Miguel del Pino

Vencejos, la batalla del aire

Pueden pasar diez meses volando sin posarse y su silueta en forma de uve es un ejemplo perfecto de adaptación aérea.

Pueden pasar diez meses volando sin posarse y su silueta en forma de uve es un ejemplo perfecto de adaptación aérea.
Vencejo Real | Wikimedia

Tanto su silueta en uve como los chillidos que conforman su canto son muy familiares para nosotros durante las cálidos meses del verano español. Los vencejos comunes, Apus apus, representan la más perfecta adaptación al vuelo que pueda imaginarse en el mundo de las aves.

Lo más característico de los vencejos son la extrema cortedad de sus patas, que parecen no existir al asomar sólo las garras, con fortísimas uñas y los cuatro dedos dirigidos hacia delante. El nombre científico Apus, derivado del griego, significa "sin patas", aunque en realidad éstas existen, si bien reducidísimas.

Las alas son muy largas y determinan una silueta característica en vuelo, en forma de media luna; es el diseño necesario para cazar, en pleno vuelo, las ingentes cantidades de mosquitos que constituyen la dieta de este maravilloso volador.

Por la forma de su pico, muy corto y de gran abertura, llamamos a estos pájaros dentirrostros: vuelan con dicho pico permanentemente abierto, y de forma pasiva su boca se va llenando del llamado "plancton aéreo", los mosquitos diminutos a que aludíamos en el párrafo anterior.

Resulta impresionante la velocidad a la que pueden volar los vencejos y la agilidad de sus piruetas aéreas. La ciencia de la biónica, que trata de imitar los diseños del mundo animal en la fabricación de máquinas industriales, habría tenido aquí un modelo ideal para el avión de caza, como las libélulas suponen lo propio para el diseño del autogiro.

Especialmente durante las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde los vencejos chillan con unos sonidos que diferencian al macho de la hembra, aunque lo que se percibe es el conjunto de ambas emisiones, lo cual forma el característico canto de la especie.

Por increíble que parezca los vencejos pasan diez meses al año en pleno vuelo y sin posarse; realmente no existe otro ejemplo igual de perfección en la adaptación aérea en todo el mundo animal. Duermen volando, y para ello se limitan a reducir algo el número de sus aleteos y también su frecuencia cardiaca.

Sólo se posan para criar, y lo hacen en riscos y cortados, aunque se han adaptado de tal forma a nuestras ciudades que muchas de sus poblaciones anidan en cornisas y tejados de las casas, donde depositan sus dos o tres huevos y en los que alimentan y sacan adelante a sus incansables polluelos.

No hace falta describir el aspecto del plumaje de los vencejos, aunque recordaremos que predomina el negro, con una barbilla casi blanca y tonalidades de grises en la parte inferior de las alas. A pesar de las similitudes entre las siluetas, se les distingue muy bien de sus parientes los Hirundínidos, o sea, de las golondrinas y los aviones, menos estrictamente voladores.

Los pollos de los vencejos se lanzan de pronto al espacio y comienzan a volar sin ensayos previos, tan pronto como el completo desarrollo de las plumas de las alas se lo permite. Un error de cálculo resulta fatal, porque una vez en tierra no pueden volver a remontar el vuelo si no se les arroja desde un lugar elevado.

Los veranos especialmente calurosos suponen una trampa mortal para muchos vencejos que se tiran del nido antes de tiempo para evitar el calor excesivo. Es éste el origen de la mayor parte de los pollos que aparecen en el suelo y que a veces requieren terminar de ser criados a mano antes de intentar su liberación, siempre desde un tejado o balcón lo más alto posible.

Los centros de recuperación de especies suelen verse desbordados por pollos de vencejo que les llevan los niños que los han encontrado en los patios del colegio o en la calle. Los vencejos no son especie en peligro de extinción, pero hay que alabar que en estos centros se intente su recuperación, no defraudando así las esperanzas de los niños que los han tratado de salvar.

El sonido y el vuelo de los vencejos marcan un calendario natural que se inicia en la primavera tardía y se despide al acercarse el otoño. Se van, y no solamente son aves transaharianas, sino que en su migración llegan al Cono Sur del Continente africano, donde no faltarán mosquitos con que llenar sus incansables buches.

No hace falta insistir en la importancia de los pájaros insectívoros a la hora de regular las poblaciones de insectos voladores, en este caso mosquitos, y de evitar la formación de plagas. Los vencejos figuran entre los más importantes consumidores de pequeños dípteros, y se desplazan en altura siguiendo la localización de sus bandadas a lo largo del día.

Con la llegada de los vientos o las tormentas los vencejos parecen desaparecer, y realizan grandes desplazamientos hacia los bordes de los frentes de bajas presiones. Los pollos en crianza pueden permanecer varios días esperando a sus padres sin recibir alimento alguno; para ello reducen al mínimo la velocidad de su metabolismo.

Antonio Díaz Cañabate, el gran escritor costumbrista madrileño, gustaba de relatar las actividades de los vencejos a los que asociaba con el Viaducto, los tejados de Madrid y los cielos velazqueños de la capital. Para Cañabate, Madrid era la ciudad de los vencejos en el aire y los canarios y los geranios en los balcones.

Para los ornitólogos constituyen una familia especial, los Apodíidos, que, como ya sabemos, se diferencia de la muy próxima de los Hirundínidos, precisamente por la ultra especialización de los vencejos en el vuelo.

Los vencejos no utilizan para el vuelo las diminutas patas, aunque no prescindan de las garras para ser capaces de trepar por paredes verticales. Algunos amantes de la ornitología construyen nidos artificiales para estos pájaros maravillosos en sus terrazas o en los tejados: una costumbre muy eficaz para la reproducción de la especie… con perdón de los mosquitos.

En Tecnociencia

    0
    comentarios