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Miguel del Pino

¡Viva el Toro de la Vega!

Las fiestas populares con animales, especialmente con el toro bravo en su condición de totem, deben evolucionar hacia su ritualización sin sangre

Viva. Y vuelva vivo a la dehesa después de pelear en un torneo incruento que puede atraer la atención del mundo entero, ahora sólo para el bien y el buen nombre de una localidad con tan orgullosa carga histórica como Tordesillas.

La lógica, en este caso aplastante, indica que todos los festejos populares con intervención de animales, y muy especialmente del toro bravo en su condición de totem ibérico, deben evolucionar hacia su ritualización sin efusión de sangre y sin muerte. Si así fuera se abriría ante ellos un futuro que en las circunstancias actuales parece poco esperanzador.

Los opositores al famoso Toro de la Vega de Tordesillas ha equivocado sus planteamientos y han ofendido en lo más íntimo a los participantes en el torneo y en su conjunto a la mayoría de los habitantes de la localidad. La evolución a que hacemos referencia no puede basarse en los insultos ¡y que insultos!, ni en descalificaciones urbanitas de actos cuya esencia y desarrollo no son fáciles de entender para los extraños.

Una función venatoria

El primer error ha sido comparar el Toro de la Vega con la Tauromaquia, o mejor con las Tauromaquias. A lo que en realidad puede asimilarse esa persecución y posterior alanceamiento del toro por los jinetes participantes es a una función venatoria, es decir, a una cacería. Y resulta paradójico que cuando se viene calificando de "caza ecológica" a la persecución y muerte de jabalíes con arcos y flechas, se tache de asesinos a los lanceros de Tordesillas. Vamos a ver si logramos entendernos.

La Plaza de Toros de Madrid convocó hace ya algunos años una prolongación de la Feria de San Isidro: una serie corta de corridas que se llamaron "del arte y de la cultura" y que en la práctica no se diferenciaban en nada de las corridas de toros clásicas. Los abonados hablaban de un simple truco para prolongar el abono, entonces con fiel clientela.

En realidad se perdió una inmejorable ocasión para mostrar diferentes formas de tauromaquia, como la Corrida Landesa, los Forcados portugueses, el Rodeo o los Recortadores. No todas estas tauromaquias incluyen la muerte de la res, y en alguna de ellas los toros o vacas, una vez jugada su lidia, no sólo sobreviven sino que son escrupulosamente conservados, cuidados y hasta mitificados.

No se trata de convencer a los animalistas radicales, ligados a fenómenos ultraurbanos y con conductas que distan mucho de ejemplares, como los emborronadores de monumentos; esos que embadurnan la cabeza del torero que se descubre para brindar al Doctor Fleming en los aledaños de la Plaza de las Ventas. Cualquier psicólogo tendría muy sencillo calificar de cobarde la conducta, seguramente subconsciente, del cobarde que aprovecha para tratar de ultrajarle el momento en el que el valiente se descuida y prescinde de su montera para llevar a cabo su noble homenaje al científico que tantas vidas ha salvado, la de muchos animalistas por ejemplo.

Desafortunados insultos

Volviendo a Tordesillas, la prohibición y la aparente cesión a la presión animalista y a sus manifestaciones en la propia localidad en los últimos años no es la mejor fórmula para conseguir que los que vienen participando en el torneo acepten esta orden y se avengan a cumplirla en paz. Habrá recursos, malestar y orgullo herido. La ritualización del torneo sin muerte del toro se antoja, en estas circunstancias, verdaderamente dificultosa.

Pero si consiguieran sobreponerse a base de nobleza y hombría de bien, y aceptar unas nuevas reglas para el torneo, la imaginación se desborda ante las posibilidades que se abren ante el Toro de la Vega.

Cabría pensar en superación de obstáculos o puertas instaladas a lo largo del recorrido gracias a la habilidosa y valerosa conducción del toro hacia la meta por parte de los jinetes. La lanzada mortal podría sustituirse por colocación, siempre a caballo, de cintas o adornos. Piense cada uno en lo que mejor y más atractivo considere, pero habría que respetar una premisa fundamental: la demostración del valor y la habilidad en la doma de los caballos y la bravura del toro ¿No es esto suficientemente atractivo?

Sigamos soñando: el toro volvería vivo a la dehesa, pero acompañado de un referente de comportamiento que podría motivar a muchos ganaderos a enviar su ejemplar para que diera muestras de su bravura. El torneo podría ser hasta una especie de retienta de sementales parecida a la que se realiza a caballo en la tienta de machos en pleno campo.

Hasta el propio nombre de torneo, por cierto muy adecuado a las nuevas formas que estamos soñando, se presta especialmente a la ritualización. Un torneo es la simulación de una batalla siguiendo unas reglas determinadas que fomenten la nobleza y la espectacularidad de la justa sin caer en la brutalidad ni en la efusión de sangre, salvo que ésta se produzca de forma accidental.

También habrá quien diga que el toro sufre en su "dignidad" al correr perseguido por los caballos, pero este tipo de consideraciones son las mismas que conducen en los tiempos actuales al sacrificio de centenares de animales artistas, como los caballos de los circos. De todas formas siempre quedarán animales con buena estrella, como ese Charolés de 1.500 kilos que actuará en breve en el Teatro Real y que viene avalado por toda la simbología de la progrería, y por un coste de 22.000 euros.

Viva el Toro de la Vega y tenga larga vida después de la justa, y nuestra petición de la mejor voluntad de colaboración en la evolución del acto de simulación venatoria que implica, para los valientes que corran en el futuro, a un animal convertido en mito.

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