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Mikel Buesa

Economía de la secesión

No se conoce un esfuerzo similar del Gobierno español en materia de difusión de la economía de la secesión

No se conoce un esfuerzo similar del Gobierno español en materia de difusión de la economía de la secesión

Se abre paso durante las últimas semanas, en el discurso político del Gobierno, la idea de que la discusión acerca del futuro de Cataluña cabe situarla en el terreno de la economía, de manera que se insiste en que si esa región optara por la secesión cabría esperar una importante pérdida de bienestar. Los argumentos gubernamentales, expresados tanto por el presidente Rajoy como por el ministro Montoro, aluden a la convicción de que la integración de las economías es más prometedora que su separación. Una idea, permítaseme decirlo, bastante simplista en su expresión que debería estar acompañada de una discusión analítica de su contenido e implicaciones; algo que, por cierto, el Gobierno no parece dispuesto a ofrecer.

La integración económica en un mundo en el que la globalización determina la secuencia de las oportunidades competitivas de todos los países es en efecto un aspecto esencial para lograr un desarrollo de las naciones conducente a la mejora del bienestar de sus ciudadanos. Sin embargo, esa integración no es incompatible con la independencia política de dichas naciones; y, en este sentido, no sorprende que los independentistas catalanes, como los vascos, los escoceses o los quebequeses, insistan en que su proyecto secesionista se inscribe en una plena apertura de sus economías nacionales al influjo de los intercambios mundiales.

En realidad, la teoría económica y su contrastación empírica han venido a echar una mano a favor de los argumentos nacionalistas. La economía de la secesión cuenta, en efecto, con una importantísima aportación de Alberto Alesina y Enrico Spolaore, profesores ambos en Massachusetts -uno en Harvard y el otro en Tufts-, quienes han sostenido que la apertura de las economías y la reducción de las barreras al comercio han proporcionado una oportunidad para la emergencia de las nuevas naciones que, con su independencia, se han convertido en actores de la economía mundial. Ello es así porque, al multiplicarse las posibilidades de acceso a los mercados exteriores, las pequeñas economías pueden aprovechar las ventajas de su especialización gozando de economías de escala, dado que éstas ya no dependen del tamaño de su mercado interno. En otros términos, dentro del mundo globalizado, la dimensión de las naciones no es un factor limitante de los resultados económicos.

El tamaño de las naciones (The size of nations) es precisamente el título de la obra de Alesina y Spolaore que encuentra su apoyo empírico en la emergencia de los 118 nuevos países que han surgido desde el final de la Segunda Guerra Mundial como resultado de los procesos de descolonización, primero, y de las secesiones impulsadas por el nacionalismo, principalmente dentro del antiguo bloque soviético, después. Una obra que, por otra parte, ha servido de inspiración a los nacionalistas catalanes, como lo evidencia el hecho de que haya sido traducida a su idioma y editada con una introducción del que fuera conseller d’Innovació, Universitats i Empresa, Josep Huguet i Biosca, así como con una generosa subvención de la Generalitat de Catalunya. Añadamos marginalmente que no se conoce un esfuerzo similar del Gobierno español en materia de difusión de la economía de la secesión, de la que tanto tendrían que aprender sus portavoces.

Un aspecto que Alesina y Spolaore no entraron a analizar y que considero crucial para la discusión de los casos europeos -como el de Escocia, el País Vasco o Cataluña- y americanos -como el de Quebec- es el que se refiere a las soluciones institucionales que posibilitaron la inserción de las nuevas naciones en la economía mundial. En la mayor parte de los casos de descolonización ésta vino de la mano de las relaciones privilegiadas que esos países mantuvieron con sus anteriores potencias coloniales, plasmadas en acuerdos como los de la Commonwealth of Nations o la Communauté Française, y sobre todo en una práctica política que trató de preservar los lazos establecidos, lo que a su vez constituyó el fundamento de su extensión a todos los miembros de la que luego sería la Unión Europea a través de la Convención de Yaundé, en 1963, la Convención de Lomé, en 1975, y el Acuerdo de Cotonou, en 2000. Por lo que se refiere a los países que emergieron del desmantelamiento del antiguo bloque soviético, aunque no en todos los casos, su engarce con la economía mundial vino de la mano de su integración en la Unión Europea, dentro de un proceso aún inacabado que estuvo alentado por el ejemplo alemán -con la absorción del Este- y la idea del triunfo del capitalismo frente al comunismo.

A la luz de estas experiencias, cabe preguntarse si Escocia, Cataluña, el País Vasco, Quebec y otras regiones de los países desarrollados y democráticos que cuentan con partidos nacionalistas que aspiran a la independencia van a encontrar valedores para su inserción institucional en la economía mundial, una vez separadas de sus respectivos países, o si más bien van a enfrentarse a dificultades insalvables, toda vez que su secesión los va a situar fuera de los acuerdos regionales -la Unión Europea o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte-, de la Organización Mundial del Comercio y de los demás convenios internacionales.

La respuesta a esta cuestión no está dada y todo augura que, en el mejor de los casos, se tratará de un proceso que durará no menos de dos décadas. Es precisamente en este punto en el que hay que considerar otra de las aportaciones de la economía de la secesión centrada en el llamado efecto frontera. Con este concepto se alude a los costes que, para el comercio, suponen las fronteras y, consecuentemente, al daño que en las economías de los países secesionados provoca su aparición donde antes no existían. El tema lo plantearon dos economistas canadienses -John McCallum, profesor entre otras de las universidades de Quebec y McGill, y John F. Helliwell, profesor en la University of British Columbia-, que auguraron pérdidas comerciales muy importantes para Quebec, toda vez que esta provincia se relacionaba con las demás de Canadá con una intensidad veinte veces mayor que con cualquiera de los Estados norteamericanos. Y posteriormente fue estudiado empíricamente en los casos soviético, yugoslavo y checoslovaco -con una aportación seminal de Jan Firdmuc, de la británica Brunel University, y Jarko Firdmurc, de la alemana Zeppelin Universität-, mostrándose que esas pérdidas fueron, en efecto, cuantitativamente muy destacadas. Añadamos que tal fenómeno tuvo lugar en el período en el que las repúblicas emergentes que se independizaron experimentaron retrocesos de su PIB de entre el 16 y el 68 por ciento en el curso de la década posterior a su secesión, aunque hubo cuatro casos -Croacia, la República Checa, Eslovenia y Eslovaquia- en los que el precio pagado fue sólo el estancamiento durante diez años.

Resumo: la economía de la secesión muestra que la aparición de nuevas naciones es económicamente viable cuando se encuentran soluciones rápidas para favorecer su inserción en una economía mundial globalizada. Sin embargo, si estas soluciones no aparecen o lo hacen muy tardíamente, el precio de la secesión es muy elevado, de modo que los ciudadanos de los países emergentes experimentan una severa pérdida de bienestar cuya recuperación puede tardar más de una generación o, tal vez, no llegar nunca.

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