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Mikel Buesa

Salvar el culo

Nunca se sabe, porque cuando son los intereses lo que está en juego todo es intercambiable y lo mismo da una Susana que un Sánchez.

Nunca se sabe, porque cuando son los intereses lo que está en juego todo es intercambiable y lo mismo da una Susana que un Sánchez.
Susana Díaz | EFE

En esa algarabía en que ha quedado convertido el partido socialista, entre sus dirigentes quien más quien menos lo único que quiere, por el momento, es salvar el culo. El del que mandaba hasta ahora ha sido removido, de modo que sus posaderas ya no se sentarán en el destacado escaño del secretario general sino en la tercera fila del grupo parlamentario del Congreso. No está mal, porque otros dimisionarios acabaron fuera de la institución parlamentaria y tuvieron que buscar destino en otra parte. Se ve claro que estas batallas por el poder ya no son lo que eran: se arma un pandemónium de mil pares, se grita y se llora –aunque sólo un ratito, lo justo para salir en la prensa–, se le da una vuelta al puchero, pero la sangre no llega al río y puede que pronto, en unos meses, se acabe volviendo al punto de partida. Nunca se sabe, porque cuando son los intereses lo que está en juego todo es intercambiable y lo mismo da una Susana que un Sánchez.

Ya lo dijo Keynes hace muchos años en el colofón de su Teoría general:

Las ideas (…) tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree (…) Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera mucho comparado con la intrusión gradual de las ideas (…) Tarde o temprano, son las ideas y no los intereses creados las que presentan peligros, tanto para mal como para bien.

Y es que, en este último episodio del devenir político del PSOE, lo que de verdad se descubre es que los dos bandos en los que se ha fraccionado el partido no reflejan ninguna divisoria ideológica. Uno y otro se inspiran en la misma concepción de la política. Y lo malo es que esa concepción contiene una sola idea: la de que el socialismo español se define únicamente por oposición a Rajoy y al PP, por este orden. ¿Que Rajoy reforma el mercado de trabajo?; nosotros, a derogar su norma. ¿Que el PP quiere una gran coalición?; nosotros coaligaremos a todos los que no son esa derecha retrógrada y rancia. Que ellos son corruptos y nosotros nos presentamos impolutos. Parece como si Mani se hubiese reencarnado, diecisiete siglos después de haber sido ejecutado en Beth-Lapat, allá por la lejana Persia, en toda una generación de dirigentes del socialismo español. ¿O será, tal vez, que Los Jardines de Luz, la excelente novela en la que Amin Maalouf biografió al noble parto, ha encontrado una insospechada derivación política en la perdida izquierda española?

El hecho es que todos en el PSOE comulgan con ese odio a la derecha hacia el que ha derivado el maniqueísmo en el que se han vaciado las viejas esencias de la socialdemocracia. Ya nada importa en cuanto al logro del bienestar social, más que hacer lo contrario que el PP. Y en ese marco, ¿cómo se puede pedir a los diputados socialistas que, por la vía de la inacción –o sea, de la abstención–, acaben siendo responsables de que Rajoy siga ocupando, tras un período de estéril interinidad, la presidencia del Gobierno? Es demasiado, dicen. Es imposible, afirman. Sólo pensarlo se hace insoportable, alegan. ¿Qué dirán las bases?, se preguntan. ¿Qué pensarán esos electores que, votación tras votación, nos han ido abandonando?, se cuestionan. ¿No estaremos dando a Podemos las llaves y el apartamento de la izquierda?, objetan en la duda. Pero también está la premonitoria convicción de que, si no salen de ese pesaroso bucle, su tiempo estará acabado para siempre y dilapidarán la herencia de la que han sido albaceas en una línea sucesoria que les viene desde los veinticinco compañeros que, allá por el dos de mayo de 1879, se reunieron en Casa Labra, en el barrio de Tetuán, para fundar el partido.

En ese dilema se debaten los dirigentes del PSOE después del golpe del otro día. Sin embargo, no parece que quieran empezar por una discusión ideológica que renueve el discurso del partido y lo aleje del abismo al que se asoman. Más bien siguen siendo los intereses los que cuentan. A ellos fían su culo para salvarlo sin percatarse de que para tal logro no les queda más remedio que asumir el riesgo de mojárselo.

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