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Pablo Molina

Arabia Saudí: fin de fiesta en el reino de los petrodólares

Riad afronta un horizonte nada promisorio.

Riad afronta un horizonte nada promisorio.

La monarquía saudí mantiene un sólido control de su sociedad gracias a las ingentes cantidades de dinero que reparte entre sus súbditos fruto de la venta del petróleo, que supone el 90% de la riqueza nacional. Mientras muchos países musulmanes se enfrentaban a graves revueltas populares en 2011, durante la llamada Primavera Árabe, los Saud se aseguraron la paz social aprobando aumentos de salarios y de subsidios. Pero la caída estrepitosa de los precios del petróleo y las guerras del Yemen y Siria, en las que Riad está desempeñando un papel relevante, también en el plano financiero, están castigando duramente la economía del país, otrora tan boyante.

The Economist ha dedicado uno de sus últimos estudios a la situación económica de Arabia Saudí y a sus perspectivas a corto y medio plazo, en el que da cuenta de los esfuerzos saudíes (infructuosos) por mantener el precio del petróleo y del aumento de los gastos corrientes del Gobierno. Esta conjunción de factores han llevado al rey Salman a ordenar un fuerte recorte presupuestario, la primera decisión de estas características en la historia reciente del reino.

El régimen saudí, explica The Economist, ha recurrido a su vieja estrategia para eliminar competidores internacionales en el mercado del crudo, consistente en aumentar exponencialmente su producción para bajar los precios hasta niveles inasumibles por la competencia. Sin embargo, lo que en otros tiempos funcionó ha dejado de tener utilidad a causa del fracking, un sistema de extracción que abarata los costes muy por debajo de lo que puede asumir la maquinaria saudí. Los esfuerzos saudíes no han tenido efecto sobre el sector petrolero estadounidense, su principal competidor gracias, precisamente, a las explotaciones intensivas que lleva a cabo con este nuevo sistema de extracción de esquisto.

Las consecuencias económicas para Arabia Saudí se traducen en que su presupuesto público se ha multiplicado por cuatro desde 2003. El reino necesita un precio de barril de 100 dólares para equilibrar sus cuentas públicas, pero con el Brent a 50 lo que le espera al país en los próximos años es un déficit espectacular.

Los saudíes cuentan con la ventaja de la riqueza que han acumulado en las épocas de bonanza y precios del crudo altos. En 2014 Riad tuvo que echar mano a 80.000 millones de dólares de sus reservas de divisas, pero el Tesoro saudí tiene todavía unas existencias de 650.000 millones, listas para ser utilizadas cuando lo ordene el monarca.

Las perspectivas negativas para el futuro inmediato han obligado a la monarquía a restringir los beneficios públicos con los que vive la población y a iniciar una sensible reforma en el mercado laboral, hasta ahora ocupado prácticamente en su totalidad por inmigrantes, que el Gobierno quiere ir sustituyendo por trabajadores locales para reducir el gasto salarial del Estado. Ahora bien, las posibilidades de que este cambio dé sus frutos a corto plazo cuentan con dos dificultades esenciales: los saudíes no quieren trabajos que siempre han desempeñado los inmigrantes y las empresas se quejan de la escasa capacitación profesional que proporciona un sistema de enseñanza basado fundamentalmente en la religión.

Por más esfuerzos que está realizando el Gobierno saudí para diversificar la economía, los ingresos siguen proporcionándolos casi en su totalidad el petróleo y sus derivados. El resto de los sectores de la industria y del comercio tienen un peso despreciable en el conjunto de las exportaciones saudíes. Con una caída constante de los precios del petróleo y el aumento de los gastos de una economía hipersubsidiada, las consecuencias pueden llegar a tener gran relevancia en el plano político. La clase dirigente está abocada a convencer a un pueblo acostumbrado al desahogo que llegan tiempos de necesaria frugalidad.

© Revista El Medio

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