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Pablo Molina

Casta eres tú

Treintañeros que no han conocido otra cosa que la universidad pública y jamás han tenido un trabajo en el sector privado van y desprotrican contra la "casta".

Treintañeros que no han conocido otra cosa que la universidad pública y jamás han tenido un trabajo en el sector privado van y desprotrican contra la "casta".

Cuando un político en ejercicio y con sueldo oficial llama a otros representantes públicos "casta", un resorte intelectual salta inmediatamente advirtiendo de que algo no está bien. La expresión "casta política" (o "castuza", cuando el desdén se desliza hacia el terreno de la ofensa) se viene utilizando desde que arreció la crisis para poner de relieve el rechazo a los políticos, señalados muy justamente como los principales responsables de la catástrofe económica que todavía padecemos todos los españoles. Los políticos en su conjunto, sin atención a las siglas de sus respectivos partidos, con la única condición de que hayan tenido responsabilidades ejecutivas de relevancia en cualquier ámbito, porque, si bien es cierto que el Gobierno de Zapatero trajo la ruina a España, no menos innegable resulta que algunas comunidades gobernadas por el PP y los nacionalistas han contribuido lo suyo a que el desastre sea completo. A estos dos factores hay que sumar el no menos decisivo de la quiebra en cadena de las cajas de ahorro, donde además de los tres partidos mayoritarios medraban los agentes sociales para que el resultado del expolio fuera exquisitamente democrático.

Situado el asunto en sus justos términos, casta deberían ser los políticos del PSOE en lugar bien destacado, seguidos de los del PP e IU en un pelotón que cerrarían los liberados sindicales de UGT y CCOO, con los delegados del sindicato de patronos en funciones de coche escoba. Aceptando esta distribución por estratos en función del distinto grado de responsabilidad de unos y otros, hay dos anomalías que distorsionan por completo la expresión "casta política" hasta despojarla de su verdadero significado. La primera es que la izquierda política y sindical se ha zafado con gran éxito de la acusación que encierra. El caso de los comunistas es paradigmático de la impunidad de la izquierda por sus desmanes, teniendo en cuenta que son colaboradores necesarios en las tropelías de la comunidad autónoma más corrupta del mundo civilizado. Los políticos de IU, en efecto, se refieren al Gobierno y a la "troika", otro concepto técnico que los progres han convertido en el epítome de la maldad, como la casta política a la que hay que pedir explicaciones del desastre provocado ¡por las medidas que ellos mismos apoyaban en su día!, cuando al frente de España estaba el gran ZP. Su responsabilidad directa en los desafueros de las entidades de ahorro ha pasado también inadvertida (al igual que la de CEOE, UGT y CCOO), a pesar de que sus representantes apoyaron siempre las locuras de los dirigentes de las cajas a cambio de trincar los correspondientes megasueldos que se repartían en los órganos de gobierno con extraordinaria fruición.

Pero lo que resulta más llamativo es que políticos que son el ejemplo perfecto de la casta, por llevar décadas trincando un sueldo público, acusen a los demás de formar parte de ese gremio, y eso que muchos de ellos no han cumplido ni siquiera el primer trienio amorrados a la teta estatal. Eso por no mencionar a los jóvenes universitarios que han irrumpido recientemente en la esfera política llamando "casta" hasta a los bedeles del Congreso de los Diputados, a pesar de que todo su esfuerzo en los últimos años ha estado dirigido, precisamente, a ingresar en la cofradía a la que ahora pretenden insultar. Treintañeros que no han conocido otra cosa que la universidad pública, que jamás han tenido un trabajo en el sector privado ni pagado impuestos, acceden al Parlamento Europeo, lugar en el que hoza la clase política más privilegiada de todo el planeta, y desde allí siguen acusando a todos sus colegas de formar parte de una "casta" a la que es necesario fumigar.

Y lo mejor de todo es que no lo hacen porque sean culpables de algún delito concreto, sino por haber cometido el pecado, grave donde los haya, de haber llegado a tan selecto club antes que ellos. ¿O no resulta extraño que los pokémon justicieros pidan acabar con todo menos con el Parlamento Europeo?

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