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Pablo Molina

Cristianos y raulones

Vienen a decir que ningún jugador vale noventa y cuatro millones de euros, solemne estupidez: CR7 vale tanto como el Madrid quiera pagar por él y su actual equipo acepte recibir a cambio de desprenderse de su estrella.

El presidente del Real Madrid, como es costumbre en el personaje, ha salido de compras para reforzar la plantilla del equipo haciendo saltar por los aires la bolsa mundial de fichajes. Y como en España somos grandes atletas en el deporte de la envidia (aún no olímpico), docenas de opinadores se han lanzado a criticar a Florentino por su dispendio en los tiempos actuales de crisis.

En resumen, vienen a decir que ningún jugador vale noventa y cuatro millones de euros, solemne estupidez que sin embargo cala muy bien entre la gente que ignora cuál es el mecanismo de fijación de precios en un mercado libre. CR7 vale tanto como el Madrid quiera pagar por él y su actual equipo acepte recibir a cambio de desprenderse de su estrella. Y es que, como descubrieron hace más de cuatro siglos los pensadores de la Escuela de Salamanca, el valor de algo no depende de sus características propias sino de la intensidad psicológica con que alguien lo desea, y esto vale lo mismo para un botijo que para el cuarto mejor jugador del mundo (los tres primeros son Messi, Xavi e Iniesta aclaro innecesariamente).

En el colmo de la demagogia, hemos podido leer en un diario económico las cosas que el Gobierno podría hacer con esos casi cien millones de euros, como por ejemplo asfaltar todos los caminos rurales de Extremadura. Ya puestos a mí se me ocurren también varias cosas que podría hacer si cobrara los tres sueldos que percibe mensualmente Leire Pajín, pero como criticar a la portentosa política socialista está prohibido bajo la acusación de machismo, me limitaré a recordar lo obvio: que tanto Pérez como Pajín tienen derecho a hacer uso de sus bienes en la manera que estimen oportuno.

Florentino vuelve a reeditar la vieja fórmula iniciada en su anterior mandato, tan exitosa en sus inicios, pero los zidanes acabaron creyéndose modelos de revistas para quinceañeras y quemando la noche madrileña y los pavones salieron huyendo a equipos de menor jerarquía en los que, al menos, los compañeros les pasaban el balón. El resultado, suficientemente conocido, parece no preocupar al presidente madridista, tal vez convencido de que esta vez va a ser diferente. Y lo va a ser, pero en un sentido distinto del esperado por el Madrid, porque en un club con la cantera destrozada, en vez de pavones ahora hay "raulones", un ganado bastante más difícil de torear como saben bien los últimos entrenadores blancos.

En todo caso, la mejor decisión que podría tomar Florentino Pérez para que su proyecto deportivo sea duradero en el tiempo es comprar las dos o tres discotecas de moda de la capital, antros de perdición en el que las estrellas madridistas consumen tradicionalmente sus fuerzas, para cerrarlas inmediatamente después. Por muy "cristianos" que sean Ronaldo y Kaká, la noche madrileña es muy tentadora, y por si fuera poco, Guti sigue todavía en el vestuario blanco. Demasiados riesgos para asumir hasta por un Ser Superior.

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