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Pablo Molina

¿De verdad queremos armar a Al Qaeda?

Las consecuencias de haber armado a los talibanes afganos en su día siguen ejerciendo, afortunadamente, un importante papel disuasorio.

Las consecuencias de haber armado a los talibanes afganos en su día siguen ejerciendo, afortunadamente, un importante papel disuasorio.

La reunión de los principales grupos opositores a Bashar al Asad esta semana en Madrid obligaba a nuestro canciller a decir algo al respecto del drama sirio, así que García Margallo, poco acostumbrado a los rodeos o los eufemismos a pesar de ser el jefe del cuerpo diplomático, ha aprovechado la ocasión para hacer una declaración tajante: somos partidarios de enviar armas. Al bando rebelde, se entiende, que el régimen sirio ya cuenta con suministradores mucho más poderosos que la discreta industria armamentística española.

Los grupos rebeldes que luchan contra Al Asad llevan meses exigiendo a los países occidentales que les envíen armamento, a pesar de lo cual sólo han obtenido hasta el momento ayuda humanitaria. Gran Bretaña y EEUU son los países que más han amagado con la posibilidad de enviar armamento pesado a los enemigos de Al Asad, pero parece que lo han hecho simplemente con el propósito de sondear el ambiente de la llamada comunidad internacional más que con una verdadera intención de dar el paso decisivo en terreno tan delicado. Al menos en el caso de los británicos, porque Obama es incapaz de tomar una decisión categórica salvo que se trate de acosar fiscalmente a los rivales políticos o espiar a periodistas incómodos, como ha demostrado recientemente.

La cuestión de armar o no al bando que lucha contra el régimen baazista es mucho más compleja de lo que pretenden sus representantes en Madrid, desesperados por obtener armas con las que poder enfrentarse a la maquinaria bélica del dictador sirio. No se trata de un problema de legitimidad en la lucha contra un régimen que está masacrando a sus rivales sin piedad, civiles incluidos, sino de algunos grupos incrustados en el bando rebelde y sus vínculos evidentes con el islamismo más radical, que tras una victoria contra Al Asad podrían volver esas armas contra los mismos occidentales que se las han proporcionado. Es el caso del llamado Frente Al Nusra, ligado formalmente a la rama de Al Qaeda que opera en Irak, que tras la conquista de cualquier territorio a las tropas del régimen sirio se distingue por implantar inmediatamente el terror cerrando tiendas, escuelas y otros centros incompatibles con su visión ultraortodoxa del islam, como hicieron hace tan sólo unos días en la provincia de Raqa, arrasada bajo la bandera negra de la Yihad.

A pesar de estas importantes consideraciones, a las que ningún estadista puede resultar ajeno, García Margallo quiere dar armas a los rebeldes reunidos en Madrid sin mayores precisiones, frase que aceptaremos simplemente como gesto de cortesía en su papel de anfitrión. Norteamérica, en cambio, no lo tiene tan claro como nuestro ministro, y el resto de Europa tampoco. Las consecuencias de haber armado a los talibanes afganos en su día siguen ejerciendo, afortunadamente, un importante papel disuasorio.

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