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Pablo Molina

Ecumenismo dentro de un orden

Consideran un delito civil practicar públicamente una religión distinta a la suya, actitud muy pía para con el legado del Profeta, pero poco presentable en términos de alianza de religiones (la de civilizaciones patrocinada por ZP aguanta eso y mucho más)

El ecumenismo en la Iglesia Católica no es un descubrimiento de los padres conciliares del Vaticano II (una desgracia como otra cualquiera), sino un objetivo perseguido a lo largo de su historia desde Nicea en el Siglo IV. La diferencia es que, durante mil seiscientos años, todos los concilios ecuménicos de los católicos han ido encaminados a la consecución de un objetivo muy claro: la conversión de los otros.


En cambio, después del último concilio resulta que ya no es necesaria la conversión a la fe de Jesucristo, ya que todas las religiones permiten el acceso al paraíso, que por lo visto debe estar distribuido en secciones, unas con huríes prestas a ser desvirgadas por quienes se inmolan asesinando a un puñado de infieles, otras con los grandes ascetas de la Historia en plan comité de bienvenida para los católicos y, en fin, otras más con servicio lisérgico variado para alcanzar el nirvana en cuestión de segundos, destinado a los pacifistas con pretensiones trascendentes y otros chorraprogres de la New Age.

En este esfuerzo ecuménico de la Iglesia de Roma desde el Vaticano II, destaca el hecho de que quienes han tenido que transigir con sus dogmas han sido únicamente los católicos. Un ejemplo palmario: la protestantización de la Misa tradicional, hasta convertirse en la actual cena asamblearia con guitarritas y canciones de los beatles adaptadas por el equipo de meapilas habitual. Los demás han seguido siempre practicando sus ritos y desarrollando su teología sin preocuparse del resto de confesiones, seguros de que la suya es la única que facilita la salvación.

En este estado de cosas, lo más natural es que los musulmanes exijan poder utilizar los lugares de culto católico para sus ceremonias, especialmente en espacios emblemáticos como la Mezquita de Córdoba, en sí mismo un monumento muy dado a este tipo de festivales dado lo peculiar de su historia. Es cierto que la actual catedral está levantada en la Mezquita construida en el siglo octavo por los omeyas cordobeses, como lo es que la propia Mezquita "expropió" para su nuevo destino la catedral visigótica de San Vicente Mártir, entonces existente en aquel solar y probablemente destinada no al culto católico, sino a la herejía arriana.

Pero cuando se habla de ecumenismo y diálogo interreligioso, debería partirse de la necesidad de que éste se produzca en ambas direcciones, porque los musulmanes son muy suyos a la hora de prestar sus lugares de oración al resto de confesiones. De hecho, consideran un delito civil practicar públicamente una religión distinta a la suya, actitud muy pía para con el legado del Profeta, pero poco presentable en términos de alianza de religiones (la de civilizaciones patrocinada por ZP aguanta eso y mucho más).

Mansur Escudero, piadoso musulmán proviniente del comunismo y hombre de Gadafi en España (eso si es antioccidentalismo y no los maricomplejines del "no a la guerra"), pide "okupar" la Mezquita de Córdoba porque sabe que el bizcocho está en su punto. Si la jerarquía católica es la primera en poner el llamado ecumenismo por delante de la defensa del legado católico, no deben extrañarse de que ocurran estas cosas. El objetivo es recuperar al-Andalus para el Islam y quizás un poco más de territorio. Esta misma semana, sin ir más lejos, una profesora de Harvard aseguraba que la ciudad de Boston es parte del mundo islámico. Eminencias despierten; estos tíos no van de farol.

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