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Pablo Molina

El comandante sí tiene quien le escriba

Aunque tal vez estemos sobreestimando la dimensión intelectual de esta euforia procastrista y todo obedezca, en realidad, a los salutíferos efectos de la desmedida afición del dictador cubano por hacerse con una videoteca de impresión

Uno de los síntomas más característicos de la enfermedad moral que atenaza a los intelectuales de izquierdas, es su entusiasmo hacia el universo que no los toleraría y su desprecio hacia el que los honra y les permite disfrutar de una vida de lujo. Los mismos que no tardarían en lanzarse a las barricadas si el presidente de la democracia más antigua del mundo nos visitara, acuden enardecidos a estampar su firma en el acta que certifica su ingreso en la condición vil de quien ha perdido cualquier viso de respeto por sí mismo. Hay muchas formas de encharcarse en el lodo de la infamia; ejercer de palanganero intelectual de un tirano comunista es, a lo que se ve, la preferida por nuestra famélica legión atiborrada de caviar y langostinos.
 
Desde su confortable atalaya occidental, los abajofirmantes reiteran su oposición a que la sociedad cubana alcance alguna vez la libertad de la que ellos disfrutan y ni siquiera les avergüenza insistir en la ajada propaganda de las conquistas sociales del régimen cubano, que un somero vistazo la realidad desmonta por completo, para justificar la depauperación de un pueblo entero condenado a vivir en la miseria, pues en la escatología marxista, la penuria generalizada es el elemento imperativo que justifica la opresión de una elite de canallas.
 
Sumergidos en una mixtura de sentimentalidad y evangelismo violento, los epígonos del comunismo son incapaces de asumir la paradoja de que es precisamente la doctrina opuesta a la suya la única que ha conseguido superar los vicios del orden social que denuncian. La atenuación de las diferencias de clase, la mejora de las condiciones económicas de los trabajadores o la existencia de libertades individuales son la cifra del sistema capitalista y la pesadilla de los reductos planetarios del socialismo. Pero a pesar de esa evidencia, la izquierda permanece en su rencor insuperable hacia el sistema occidental, “que todo intelectual bien nacido tiene el deber de despreciar” (Aron), pues no le perdona el haber tenido éxito sin seguir los métodos de su siniestra ideología.
 
El órgano de la tiranía castrista saluda, alborozado, esta nueva demostración de servilismo europeo y su fiel reflejo en el medio oficial de la progresía española (el potito ideológico de chez Polanco venía esa mañana cargadito de calorías), mientras en las páginas de interior da cuenta de la última conquista de la robolución: En próximas fechas se prohibirá el baile agarrao, sospechoso de instilar solapadamente en la juventud cubana «la chabacanería, el lujo, la lujuria, el vicio y el consumo de tóxicos». Las canciones románticas del ilustre abajofirmante y anfitrión ocasional de las más altas magistraturas de la nación —nada más apropiado para una institución que se desfonda que el frecuentar los ambientes más decadentes— no sólo no se prohibirán; probablemente hasta se recomienden.
 
Aunque tal vez estemos sobreestimando la dimensión intelectual de esta euforia procastrista y todo obedezca, en realidad, a los salutíferos efectos de la desmedida afición del dictador cubano por hacerse con unavideotecade impresión (en el más amplio sentido de la palabra).

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