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Pablo Molina

El cuñado progre se nos ha hecho de Pablemos

Sólo hay algo peor que un cuñado progre sentado a tu mesa y es un cuñado progre feliz.

El cuñado progre que todo español de bien sienta a su mesa en estas fechas tan señaladas, este año anda entusiasmado. Desde que la derecha llegó al poder para arreglar el desastre provocado por ZP, el cuñado progre no levantaba la testuz y dedicaba la festividad del solsticio invernal a amargarle la vida (todavía más) a la parentela. Este año sigue atormentándonos, porque eso es algo que no puede evitar, pero lo hace mucho más contento, lo cual es peor porque eso le abre (todavía más) el apetito cuando viene a casa a comer o cenar de gañote, cosa que hace a la menor ocasión. Sólo hay algo peor que un cuñado progre sentado a tu mesa y es un cuñado progre feliz, porque cuanto mejor crea que le va a él, peores serán las expectativas para la España productiva.

El cuñado progre es el ecologista que jamás ha plantado un árbol, el feminista que nunca ha tocado la plancha, el anticatólico que bautiza a sus hijos y los manda a hacer la comunión porque el suegro paga la fiesta, el anticapitalista al que no le falta un capricho y el solidario que trata de no pagar impuestos. Como todos los progres, intenta lavar su mala conciencia con el dinero de los demás. Además suele ser funcionario, él y su pareja (casados por la Iglesia en la basílica mayor de la provincia, con los invitados obligados a llevar chaqué), con lo que estos años de crisis económica no ha sufrido la incertidumbre que hemos padecido los que no tenemos un sueldo oficial. Para redondear un retrato tan espléndido ahora se ha hecho de Pablemos y, como buen prosélito, no pierde ocasión de anunciar la buena nueva bolivariana aprovechándose de que en estas fiestas todos andamos con la guardia baja.

En realidad nada hay más coherente que su pertenencia a Pablemos. De hecho, el partido de Iglesias se ha creado para que todos los cuñados progres de "este país de países" pierdan esa sensación de orfandad que se había apoderado de ellos tras el desastre de Zapatero. Como Izquierda Unida les queda demasiado a la derecha, han decidido que hay que quitarse la careta y acabar con el sistema del que tanto se han beneficiado todos ellos hasta ahora. Incluso el ayatolá de la nueva formación política, que ingresó más de 70.000 euros el año pasado, cuando España era un país devastado por la casta según anunciaba una y otra vez en la televisión, no puede decirse que tenga demasiados motivos de queja contra el sistema que le permite ganar semejante pastón. Pero los pablemos y nuestro cuñado son unos adanes que quieren salvarnos de nosotros mismos, cuidando mucho, eso sí, de que las medidas que pregonan les afecten lo más mínimo.

Y como el movimiento superdemocrático bolivariano va como un tiro en las encuestas de voto, nuestro cuñado está estos días más abofeteable que nunca a pesar de lo cual mantenemos sujetas las manos en los bolsillos, para que luego digan que no ocurren milagros en la Navidad.

Si se confirman los vaticinios del Gobierno, a la felicidad de los cuñados le queda sólo unos pocos meses de recorrido. El final de la crisis que anuncia Rajoy sólo será creíble cuando todos ellos vuelvan a estar cabizbajos y humillados en la comida familiar. Mientras tanto, a sufrir como hombres se ha dicho.

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