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Pablo Molina

El diluvio y el cambio climático

Conviene quedarse con la sabiduría ancestral de los trabajadores del campo.

Las fuertes tormentas desatadas el pasado fin de semana en el sureste español han dejado pueblos anegados, carreteras cortadas, abundantes daños materiales y, lamentablemente, también seis víctimas mortales. Los datos son fríos y las imágenes escalofriantes, pero es lo que ocurre cada vez que se dan determinadas circunstancias atmosféricas, que tienen que ver con el choque de la humedad procedente del Mediterráneo y los vientos fríos de la península.

Esto ha ocurrido siempre y volverá a ocurrir, más tarde o más temprano. Somos afortunados, en todo caso, de vivir en un país desarrollado, en el que fenómenos de este tipo se saldan con cifras de daños infinitamente menores que en otros lugares del globo cuando se producen temporales de menor entidad.

Pero la tormenta brutal que se desató el pasado fin de semana en Murcia y el sur de Valencia no supone ningún reto insalvable para los calentólogos, perfectamente capaces de adaptar sus simulaciones algorítmicas para predecir un desastre de estas características cuando ya ha ocurrido y achacarlo, naturalmente, al cambio climático.

Hasta el pasado fin de semana Murcia se secaba sin remisión a causa del cambio climático, que había acabado con las tan esperadas lluvias otoñales. Ahora tiene gran parte de su territorio anegado por las lluvias torrenciales también por el mismo motivo, porque cuando el clima dice de cambiar sus efectos pueden ser contrarios de un año para otro, sin que a los autores del modelo predictivo se les pase siquiera por la cabeza la posibilidad de que estén fallando estrepitosamente.

En todo caso, trazar previsiones a escala global basadas en que durante unos años no ha llovido en una pequeña parte de la Península Ibérica parece demasiado arriesgado. El cambio climático, que claro que lo hay, responde a los ciclos eternos de la naturaleza, cuyas tendencias son solo perceptibles a unas escalas temporales que exceden la comprensión humana.

Por eso conviene quedarse con la sabiduría ancestral de los trabajadores del campo. En estos momentos aguardan a poder entrar a sus bancales para salvar las lechugas que queden, con el consuelo de que, gracias a esta tormenta descomunal, los riegos de la próxima primavera están casi asegurados. Y al año siguiente a esperar que vuelva esta gota fría, pero esta vez un poco más socialdemócrata. Si los expertos en cambio climático no dicen lo contrario, claro.

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