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Pablo Molina

¿El fin de la presencia militar de EEUU en Turquía?

Washington debería revisar profundamente sus relaciones con Ankara.

Washington debería revisar profundamente sus relaciones con Ankara.
El presidente de Turquía, R. T. Erdogan | EFE

Las relaciones entre EEUU y Turquía han estado sometidas desde el fin de la II Guerra Mundial a constantes altibajos, fruto principalmente de las tensiones internas de la política turca. En los tiempos más recientes hay diversos asuntos en que la controversia entre Washington y Ankara ha sido la nota dominante. Es el caso de la nuclearización de Irán, uno de los poderes regionales emergentes, que amenaza la posición turca en la zona; el futuro político de Irak, la guerra de Siria, el conflicto con los kurdos y la lucha contra el Estado Islámico. Todos estos asuntos han producido tensiones entre EEUU y Turquía, exacerbadas oportunamente por la prensa turca, que con frecuencia interviene en el debate público introduciendo grandes dosis de antiamericanismo.

El extraño intento de golpe de Estado del pasado 15 de julio ha sido otro elemento añadido que ha alimentado las suspicacias contra EEUU por parte de las élites turcas, lideradas por el presidente del país, Recep Tayyip Erdogan. Erdogan ha utilizado la asonada para librarse de los que amenazaban su hegemonía y amordazar a la oposición democrática. Su política exterior expansiva y las sospechas crecientes de colaboración con grupos islamistas son otros dos motivos de conflicto con Occidente que aún están lejos de haber quedado zanjados.

Turquía, por su posición geográfica –en la encrucijada entre Europa, Rusia y Oriente Medio–, su poderío militar y su evidente relevancia económica, es un socio estratégico para Occidente. Ahora bien, su inestabilidad política y los retos que se ciernen sobre la región aconsejan que los poderes occidentales, en especial EEUU, estudien posibles alternativas a su presencia militar en su territorio. Ese es, al menos, el objetivo de este paper de la Foundation for Defense of Democracies, que analiza precisamente las posibilidades de un giro de estas características y evalúa sus posibles consecuencias.

El documento explica así la tradicional importancia geoestratégica de Turquía, un país que alberga la base aérea de Incirlik, la más importante de las que tiene EEUU en esa parte del mundo:

Turquía tenía la segunda organización militar más grande de la OTAN, uno de los principales programas internacionales de entrenamiento y formación militares y una de las bases próximas a la Unión Soviética más importantes, lo que le convirtió en un relevante socio militar para EEUU durante la Guerra Fría. En particular, y durante más de 70 años, la base aérea de Incirlik, próxima a Adana, en el sureste de Turquía, desempeñó un papel vital en el diseño militar y el mantenimiento de la estrategia de la frontera norte para bloquear el acceso soviético al Mediterráneo Oriental y el Golfo Pérsico.

Precisamente es la base aérea de Incirlik la clave de la estrategia política que proponen los autores del estudio, puesto el traslado de su contenido norteamericano a otro país (Arabia Saudí, Qatar o, más preferentemente, Jordania) podría suponer un grave deterioro del potencial militar de Turquía, que perdería así el rol relevante que viene desempeñando como enclave fundamental para la disuasión bélica de Teherán y las operaciones aéreas contra el terrorismo islamista en Oriente medio.

(…) sugerir que EEUU tiene alternativas podría servir a un importante propósito. Ayudaría a los oficiales turcos a reconocer la importancia de los lazos de EEUU con Turquía, y podría incluso ayudar a preservarlos.

La política exterior agresiva de Erdogan, la deliberada porosidad de la frontera turca con Siria y lacolaboración de Ankara con importantes organizaciones terroristas (Hamás es sólo un ejemplo) son factores que, a juicio de los autores, abonan la necesidad de que EEUU comience a plantearse alternativas que sirvan como seria advertencia a un mandatario con un perfil cada vez más dictatorial.

Como concluye el informe,

al final, más allá de una prudente planificación de futuras contingencias, la discusión enviaría un importante mensaje a Ankara de que, aunque no queremos ponerlas en marcha, las tendremos en consideración mientras las políticas de Turquía –tanto domésticas como exteriores– sean incongruentes con las nuestras. Por lo menos, examinemos nuestras alternativas mientras hacemos todos los esfuerzos entre bastidores para preservar una alianza crucial y mutuamente beneficiosa, que nos gustaría se mantuviera durante el siglo XXI y los venideros.

© Revista El Medio

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