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Pablo Molina

El sóviet de los gandules

Los vagos votan a IU. Es lo correcto, porque el comunismo consiste en robar el producto de los más capaces para repartirlo entre los gandules y los resentidos.

Los vagos votan a IU. Es lo correcto, porque el comunismo consiste en robar el producto de los más capaces para repartirlo entre los gandules y los resentidos.

Los vagos votan a Izquierda Unida. Es lo correcto, porque el comunismo consiste en robar el producto de los más capaces para repartirlo entre los gandules y los resentidos, menos la parte que los regímenes marxistas se quedan para sus gastos de funcionamiento, que en poco tiempo suele llegar al cien por cien de lo recaudado. En sus filas también encontramos profesores de la universidad pública particularmente penosos, jovenzuelos descerebrados de buena familia que se hacen comunistas para fastidiar a popó e incluso algunos descendientes de honrados trabajadores, que forman en las filas vociferantes de la izquierda callejera con sus banderas soviéticas y sus camisetas con la imagen del psicópata de la boina, pero a estos últimos el virus se les pasa en cuanto comienzan a pagar impuestos y casi todos acaban convirtiéndose en liberales como Dios manda.

Nada más coherente con la ideología comunista que el que su formación de bandera (republicana, por supuesto) proponga en el Congreso de los Diputados un plan quinquenal para pulirse 140.000 millones de euros con la pretensión ficticia de crear puestos de trabajo con cargo al Presupuesto. He ahí la solución al paro: todos funcionarios, qué coño; así se acaba de paso con la explotación de la clase trabajadora por el capital. Y los que no puedan entrar en nómina del gobierno con esta pastizara, o jubilados prematuros o jovenzuelos activistas con paga mensual, la llamada renta básica, de forma que puedan seguir creciendo como personas asistiendo a cursos de dinamización sociocultural o explorando la dimensión sinfónica del bongo.

Hacen bien los comunistas españoles al presumir de proyecto económico, dada la buena acogida que sus chorradas suelen recibir en todo el arco político y el entusiasmo que despiertan en cierto ámbito mediático. Un país cuya clase política se opone al unísono a la simplificación de su frondosa jungla laboral, como piden con insistencia las voces más autorizadas, merece tener un plan delirante elaborado por los comunistas.

Nuestros políticos, qué se le va a hacer, son mayoritariamente partidarios de la lactancia presupuestaria durante toda la vida. Como ese jovencísimo diputado de IU conocido en las redes sociales como Dipucuqui en atención a la profundidad de su pensamiento, que encima ha seguido la carrera de Económicas, disciplina que suele vacunar contra la estupidez siniestra del marxismo, salvo si se cursa en una universidad pública, en cuyo caso no sólo no se rechazan esas barbaridades sino que se promueven. Economista y socialista, que es como si un astrofísico se dedicara a elaborar horóscopos o a echar el tarot, pero eso sí, a costa del resto los españoles.

¿Ciento cuarenta mil millones? Pocos me parecen.

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