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Pablo Molina

Mi amigo, que ya no votará a Podemos

La sensación de peligro es tan real y el bochorno tan intenso que puede que mi amigo acabe votando a Rajoy. No sería de extrañar.

Tengo yo un amigo que lleva trabajando desde que dejó sus estudios al terminar la EGB. Bendita época aquella, por cierto, en que a los zanguangos no se les obligaba a estar vegetando en las aulas de la ESO hasta la mayoría de edad. Los talibanes de la Logse que todavía dan clase –porque aún no han encontrado un enchufe de asesor en la consejería de turno– matarían por que volvieran esos tiempos dichosos, pero no lo dicen porque quedarían como lo que son, unos fracasados con mala conciencia por haber destrozado nuestro sistema público de enseñanza.

Mi amigo, vuelvo al tema, es un pequeño empresario, con un negocio montado gracias a los ahorros de muchos años de trabajo y un par de empleados a su servicio. Con la crisis económica trabajaba lo mismo que antes pero ingresaba bastante menos, porque sus clientes, del sector de la hostelería, comenzaron a tener dificultades para estar al día. Fue tratando de mantenerse a flote sin despedir a sus empleados –dos amigos del pueblo–, tratando de capear los rigores de una crisis que él, desde luego, no había provocado. Cuando más cruda era la situación, Hacienda decidió abrirle una inspección de las chulas, tras la cual le soltó un estacazo importante en forma de multa.

A los pocos meses se convocaron las elecciones y mi amigo se hizo una pregunta que, con toda seguridad, habrá estado en la mente de muchos ciudadanos en situación similar. ¿Qué es lo que más puede fastidiar a la actual clase política? ¿Votar a los podemitas? Pues ahí va mi voto, a ver si revientan como he reventado yo.

Cuando los podemitas electos comenzaron a dar lo mejor que llevan dentro de sí, mi amigo comenzó a pasar mucha vergüenza, porque si estaban en la esfera pública haciendo esas majaderías siniestras era, en parte, por él. Ya entonces comenzó a cuestionarse la oportunidad de haber confiado, siquiera por despecho, en semejante legión de botarates, pero el pacto cervecero Iglesias-Garzonov ha contribuido a despejar cualquier duda. A esos no los vuelve a votar jamás. La sensación de peligro es tan real y el bochorno tan intenso que puede que mi amigo acabe votando a Rajoy. No sería de extrañar.

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