El Partido Popular ha decidido prescindir de Celia Villalobos en la mesa del Congreso de los Diputados, una afrenta que la diputada malagueña ha aceptado con la grandeza de espíritu que en ella es habitual. Villalobos ya no suplirá al presidente en las tardes más tediosas, como ha venido haciendo en los últimos años mostrando un rigor profesional sin parangón en la historia de la Cámara.
Celia Villalobos es muy seria y exigente; con ella misma, pero también con los demás. Lo sabe bien su chófer Manolo, al que todos los profesionales del volante deberían haber homenajeado con camisetas reivindicativas tras el famoso episodio de su prudente salida de las cocheras del Congreso.
La pizpireta diputada malagueña cumple, además, una importante función dentro de su partido. Sus constantes desplantes al electorado del PP, en régimen de absoluta impunidad, contribuyen a alejar al PP del extremo de la derecha rancia en el que sus dirigentes consideran ubicado al 90 por ciento de sus electores y simpatizantes. Villalobos los avergüenza pero, a cambio, halaga a los progres y complace a la izquierda más cerril, que es el objetivo fundamental de los populares desde Gallardón para acá. Entre cumplir con el votante rural del PP y agradar al Wyoming, en la calle Génova lo tienen claro. En Málaga, también.
El PP, en un movimiento muy arriesgado, practicamente suicida, ha decidido prescindir de Celia Villalobos en la mesa del Congreso de los Diputados y la ha asignado a Rafaél Hernando para que le ayude en la complicada tarea de la comunicación parlamentaria. El recuerdo de sus hazañas comunicativas durante la crisis de las vacas locas, cuando era ministra de Sanidad, ha debido pesar mucho en esta decisión. Rajoy, que suele hacer gala de una gran pusilanimidad, ha demostrado aquí que también es capaz de caminar al filo del abismo. Que no le pase na.