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Pablo Molina

Un concepto hemipléjico del insulto

Esta exigencia de delicadeza en el trato al adversario contrasta con la escasa empatía que Gallardón siempre ha demostrado cuando las víctimas de las campañas de acoso pertenecen al partido que le mantiene en sus listas.

Si hay algo que no soporta Alberto Ruíz Gallardón es el insulto en la política. Siempre, claro, que vaya dirigido a algún miembro del PSOE, porque si los ataques se dirigen contra su propio partido, el alcalde se sitúa en una cómoda localidad del ruedo a disfrutar del espectáculo.

El alcalde de Madrid, por ejemplo, considera muy apropiado que su esclavo moral deponga en el periódico del grupo PRISA un catálogo completo de injurias contra la presidenta del partido en la capital y, de paso, la acuse de instigar la comisión de determinados delitos, pero si algún camarada del PP hace una ligera referencia al atuendo de la que posiblemente sea su contrincante en la alcaldía, Gallardón salta inmediatamente para afearle su conducta desde la altura moral que le otorga tener a un ayudante de la talla del famoso Cobo.

Esta exigencia de delicadeza en el trato al adversario contrasta con la escasa empatía que Gallardón siempre ha demostrado cuando las víctimas de las campañas de acoso pertenecen al partido que le mantiene en sus listas. La chaqueta de cuero de Trinidad Jiménez merece sin duda un respeto, pero también la honorabilidad de Esperanza Aguirre, a la que el alcalde madrileño no ha tenido tiempo en los últimos años de dedicar una reflexión en el tono que ha empleado para defender a la todavía ministra y a su colega Tomás Gómez, pendiente de ser defenestrado en cuanto Zapatero tenga un hueco en su apretada agenda veraniega.

Esto de hacerse simpático a la izquierda, cuanto más tosca mejor, es una dolencia muy extendida entre los dirigentes del PP que sus votantes difícilmente van a llegar a entender alguna vez. Gallardón, además, tiene una fijación enfermiza con Esperanza Aguirre que convierte su sermón a Granados sobre ética política en una astracanada para disfrute únicamente de sus esclavos morales y otros admiradores. Los mismos que jamás le van a votar por más que se esfuerce en fungir de felpudo de la sede de Ferraz.

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