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Pablo Molina

Unidos por la subvención

Zapatero cambió el pañuelo rojo del minero leonés por el distintivo verde de la economía sostenible, a cuyos más destacados empresarios derivó las subvenciones que ahora echan tanto en falta los mineros.

Los mineros iniciaron ayer su asalto a Madrid para hacer valer su derecho a vivir de una actividad ruinosa que necesita ser financiada por el resto de los españoles. Nada extraño en un país donde todo el mundo cree tener derecho a una subvención, ya se dedique al cultivo de la remolacha, a resolver disputas con los hipopótamos de Guinea Bissau, al noble arte del grafiti, a hacer películas absurdas o simplemente a hablar en aranés, por citar algunas de las cosas que nos vertebran como nación.

Normal que los mineros asturianos no quieran renunciar al trinque que por derecho les corresponde en igualdad de condiciones con el resto de la tropa subvencionada. Lo que ya no resulta tan coherente es que se dejen ovacionar por aquellos que más se han distinguido en la provocación de la ruina a la que ahora se enfrentan, con los intelectuales de la ceja en vanguardia de esa brigada del abrazo que los ha elevado a la categoría de referentes cívicos, dignos de ser imitados por todos los progresistas que en España, qué coño en España, que en el mundo son.

Los que acuden a cantar a los mineros sus canciones añejas para que caigan inmediatamente en un sueño profundo y reparador tras semejante caminata son los mismos que cantaban a ZP para que, entre otras medidas progresistas, se cargara la industria del carbón, culpable del calentamiento global, que a todos ellos angustiaba. Zapatero mismo sustituyó el pañuelo rojo del minero leonés por el distintivo verde de la economía sostenible, a cuyos más destacados empresarios derivó las subvenciones que ahora echan tanto en falta los que se rompían las manos aplaudiéndole en las romerías proletarias de Rodiezmo.

Qué imágenes aquellas de Zapatero, cuando salía de gira menestral acompañado de otras figuras obreras, como las ministras Aído y Pajín. Ahora José Luis anda inspeccionando nubes por las salas del Consejo de Estado, Bibiana en la ONU y Pajín disfrutando de otro momio similar un poco más al sur. A ninguno de los tres les alcanza la santa ira de sus víctimas y de los que les amenizan las veladas en la capital. Antes estaban con ellos y ahora están contra los otros, los de siempre, porque, para la parte ideologizada de sus víctimas, la izquierda nunca es culpable de la ruina que provoca.

La única ligazón evidente entre los cejateros y los mineros a los que adormecen con sus baladas y discursos es que todos viven de los demás. Igual esta sinergia artístico-laboral sirve para revisar la letra del cancionero popular y acaban entre todos renovando nuestro rico folclore: Soy minero y trinqué la subvención con pico y barrena...

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