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Pablo Molina

Yo, emprendedor

Si el talento de los políticos españoles se hubiera invertido en el mundo de la empresa, en España no cabía ni un solo Amancio Ortega más.

Si el talento de los políticos españoles se hubiera invertido en el mundo de la empresa, en España no cabía ni un solo Amancio Ortega más.
Cristóbal Montoro y Mariano Rajoy | EFE / Archivo

Los cambios en el lenguaje han tenido en el ámbito laboral uno de sus principales exponentes, no solo por las nuevas ocupaciones que han surgido en las economías desarrolladas para las que no existía un nombre específico, sino por el absurdo complejo que lleva a tratar de dignificar a través del lenguaje algunas ocupaciones que eran, y siguen siendo, muy honorables por sí mismas. Así, una persona que ofrece trocitos de queso de una determinada marca a los clientes de un centro comercial no es una azafata, sino una "promotora de ventas". El sueldo es el mismo, pero la denominación impresiona más. Antes trabajabas por cuenta propia; ahora eres un emprendedor. O lo que es lo mismo, un ejemplo para la sociedad.

En realidad, todos somos emprendedores, desde que nos levantamos hasta que nos vamos a la cama. A lo largo del día tratamos de alcanzar nuevos fines con medios limitados, y eso, y no otra cosa, es el sentido empresarial. Así pues, los funcionarios de las diputaciones que idean cada día nuevas maneras de cobrar el sueldo sin acudir al trabajo están desarrollando su espíritu emprendedor, y cuando se pone talento y verdadero esfuerzo en la tarea se pueden conseguir éxitos como el del emprendedor valenciano que lleva diez años cobrando sin trabajar.

El emprendimiento es un nuevo valor compartido que hay que fomentar. De hecho, con la crisis económica hemos aprendido que tenemos que reinventar nuestro encaje en un mercado laboral cada vez más complejo, y eso exige fomentar nuestro sentido de la empresarialidad.

Las administraciones públicas, de hecho, fomentan el emprendimiento a todos los niveles, incluido el presupuestario. En estos momentos no hay concejalía de ayuntamiento mediano, organización empresarial, sindicato o servicio de empleo autonómico que no tenga en marcha uno o varios cursos (subvencionados, por supuesto) para fomentar el emprendimiento de todos, no solo de los que están en situación de desempleo. Además, el gobierno ha puesto en marcha una operación ambiciosa que trata de incentivar a los ciudadanos para que se conviertan en emprendedores, para lo cual se les rebajan las cuotas de la Seguridad Social, que son el principal escollo cuando uno trata de convertirse en trabajador autónomo.

Ahora bien, estos beneficios solo llegan a los emprendedores menores de 30 años, creando por tanto un agravio comparativo con los que ya hemos sobrepasado (algunos ampliamente) esa edad. Pero no solo eso, sino que mientras nuestros colegas de emprendimiento más jóvenes se benefician de esa rebaja de cuotas, el gobierno de Rajoy acaba de meternos a los seniors un estacazo de más de 300 euros anuales, de manera que somos nosotros los que pagamos, en gran medida, las cotizaciones de los que vienen detrás.

El episodio es suficientemente ilustrativo de que emprendimiento, lo que se dice emprendimiento, en el mundo de la política como en ningún otro sector. Los gobernantes no sólo cumplen sus fines (ganar votos de los autónomos recién llegados), sino que además lo hacen obligando a los demás a poner los medios, lo que supone un escalón más en el universo del emprendimiento. Son muy buenos. Si el talento de los políticos españoles se hubiera invertido en el mundo de la empresa, en España no cabía ni un solo Amancio Ortega más. Lástima.

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