Querida Ketty:
En la antesala de una de las semanas más decisivas para España, una vez el Consejo Europeo del día 28 diseñará –así se dijo en las conclusiones de la cumbre de Roma– una hoja de ruta para atajar la hemorragia de la deuda, otros dos incendios políticos de envergadura más que considerable hicieron constatar a un Mariano Rajoy fuera de nuestras fronteras que no solo vale con una política económica, sino que es esencial una nacional, que aglutine a todas las patas del vacilante Estado.
Sendas crisis afectaron ni más ni menos que al Poder Judicial y al Tribunal Constitucional, y en ambas nuestros partidos –el tuyo y el mío, y con ello el Ejecutivo– tuvieron mucho que ver. Así que, por rechazable que sea, partamos de la base de la hiperpolitización de las togas, a fin de hacer un diagnóstico nítido de lo acontecido.
La primera deflagración vino a consecuencia de la caída de Carlos Dívar como presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. Y vaya por delante que su retirada era el escenario menos deseado por el presidente, que dio una orden clara: evitar la crisis sustentando al magistrado en la cima. Pero pudo más la cacería, dicen en mi acera política. Porque, alejado el debate de lo poco ético y gratificante de unos viajes costeados con cargo al erario –estoy contigo en que un euro del contribuyente es igual de sagrado que diez mil en cuanto es de todos y no de un particular– nadie en el PP esconde que nos encontramos ante una operación de acoso y derribo contra una pieza que el Gobierno quería salvar, pese a ser colocada allí por Zapatero, para evitar a toda costa una nueva crisis, en un momento en el que medio mundo tiene los ojos puestos en España.
Pocos días antes de la vendetta contra Dívar, uno de sus interlocutores en el Ejecutivo admitía sin tibieza que la directriz era mantenerlo, pero que sería la, hasta el jueves, cuarta autoridad del Estado quien lo decidiese, una vez comprobara el nivel de apoyos en el CGPJ. Pero, ya advertía, estaba muy tocado, aparentemente depresivo: "Un magistrado brillante, siempre tratado de señoría, ha tenido que aguantar en la portada de El País cómo se metían con su vida privada, con su religiosidad, sobre con quién compartía mantel".
Detrás de la operación, perfectamente gestada –en versión de Dívar, pero reproducida por muchos en el PP–, los más afines del PSOE en los órganos, con la sombra del juez Baltasar Garzón cobijándoles. Y como resultado Xiol Ríos –tan próximo a Ferraz que incluso fue protagonista en la última campaña electoral, deslizan en Génova– presidirá ni más ni menos que el Supremo. El catalán, por cierto, fue una de las primeras voces en alimentar la reaparición de Sortu –Batasuna, para entendernos– en el seno del tribunal que, más que previsiblemente, va ahora a dirigir.
Así que ya te puedes imaginar lo satisfecho que estará del segundo de los incendios; la legalización del partido de ETA de manos de un tribunal, en esta ocasión el Constitucional, pendiente de renovación, con varios magistrados con mandato expirado e incluso uno de ellos fallecido en 2008. Algunos populares se rasgaban las vestiduras tras la noticia, al considerar que debieron forzar la limpieza del TC antes, y haberse evitado problemas ahora. Política nacional además de la económica, se lamentaban.
Oficialmente, se respeta pero se discrepa del fallo. "Espantoso", "impresentable" o "simplemente asqueroso" fueron algunos de los comentarios escuchados fuera de micrófono. Otros fueron más allá del lamento, y se preguntaron si el PP hizo todo lo que debía, o tal vez había estado demasiado tiempo de perfil. Como dijo Carlos Iturgáiz en esRadio, "los jueces amigos de Zapatero, que son los jueces progresistas que habían dado el visto bueno a Bildu, ahora repiten la jugada y colocan a Sortu", pero ¿hizo el PP, y con ello el Gobierno y Rajoy, todo lo que estuvo en su mano? La pregunta no es solo mía, sino también de muchos con carnet de militante.
En fin, no pocos son los balones que te he lanzado, aunque ya sé que en tu casa política están más dedicados a torpedear a Rajoy con eso de que no celebrará el Debate sobre el estado de la Nación. Entiendo que sobre los casos Dívar y Sortu andan más callados, por eso de que son victorias suyas en toda regla y las andarán disfrutando, mientras que aquí los míos, centrados en la economía –la gran obsesión del presidente, como él mismo no se cansa de repetir–, han visto como en esta ocasión les adelantaban por la izquierda.
Un beso
Pablo