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Pablo Planas

Can Colau y los inmigrantes

En la Barcelona de Ada o la nada, todo lo ilegal, inaudito, irracional e inverosímil es bienvenido.

La última ocurrencia del camarote municipal de Barcelona es el intento de cerrar el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la Zona Franca. Ada Colau cantaba por las mañanas que las niñas ya no querían ser princesas, sino alcaldesas. En Barcelona manda ella y solamente ella, edil emperatriz. De ahí que haya mandado a una pareja de inspectores municipales al CIE para instar a su cierre porque carece de licencia de actividades. Ahora no hay ningún extranjero a la espera de ser repatriado en el centro porque recién acabaron las obras de reforma. 

La triquiñuela municipal contra el Estado es de una indigencia absoluta. Solicitar la licencia de actividades y tratar de impedir la reapertura con una argucia burocrática. Un CIE está a medio camino de una comisaría y un módulo penitenciario de extraditables. Es a la a vez un limbo y lo que en Cataluña llaman una "estructura de Estado", la terminal de salida de las personas extranjeras en situación irregular, de los más débiles del sistema y de algunos criminales de poca monta, por lo común.

Un CIE, señora alcaldesa, o se rodea con hordas de manifestantes dispuestos a todo o se hace una huelga de hambre a las puertas. Pero pedirle al Estado la licencia de actividades no sólo es patético sino que revela una inconsistencia política, legal, burocrática y administrativa abrumadora. ¿Licencia de actividades? Vaya usted a pedírsela a los del Banc Expropiat, a los de Can Vies o a los manteros que han inundado los principales ejes comerciales de Barcelona. 

La arbitrariedad como norma municipal suele acabar peor que mal. Colau y sus concejales Pisarello y Jaume Asens están en contra del turismo, de los botiguers y de la Policía y a favor del Estado propio de kilómetro cero, del top manta y de los okupas. De ahí que invoquen la soberanía condal para cerrar el CIE, defiendan a los manteros pero pidan al Estado que los disuelva y, de paso, se coma el marrón y animen a los okupas a campar a sus anchas.

El resultado salta a la vista en una Barcelona en lo que todo lo ilegal, inaudito, irracional e inverosímil es bienvenido. Se copula en los andenes del Metro y en los jardines de la Villa Olímpica, se micciona y depone al aire libre de la fresca, los manteros venden los bolsos Channel delante de la boutique de Chanel y Ada, amada Ada, nuestra Kim Ko-Lau, manda dos técnicos municipales a pedir el cierre del CIE mientras dice que busca trabajo para los subsaharianos de la manta y, en consecuencia, pasa de los parados de proximidad, que no dan problemas de orden público. 

Es el buenismo en política, la nada con Ada, la inconsistencia de creer que es más importante un estado de ánimo que uno de derecho, que la miseria se resuelve con el todos somos tal como limosna, que lo ilegal no está mal y que la petición de licencia de actividades es un arma cargada de futuro. ¿Licencia de actividades? Papeles para todos.

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