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Pablo Planas

Carmena, Colau y los yanomamo

Los yanomamo ejercen con la chorra su derecho a decidir con impunidad absoluta. Podrían protagonizar el manual del perfecto independentista catalán.

Los yanomamo ejercen con la chorra su derecho a decidir  con impunidad absoluta. Podrían protagonizar el manual del perfecto independentista catalán.
Cordon Press - LD

Lo más zopenco de la izquierda se traga a pies juntillas la teórica indigenista del Descubrimiento de América, una mezcla de leyenda negra, cuento chino y sobredosis de ayahuasca. En términos generales, Cristóbal Colón (catalán o genovés a conveniencia) se ha convertido en un genocida que deja en paños menores a sujetos como Atila, Calígula, Hitler, Stalin y Pol Pot.

Los derechos indígenas y la historia alternativa, pero muy alternativa, son del agrado de personalidades como Carmena, la alcaldesa de Madrid que se ha saltado el desfile para irse a Colombia, precisamente. O Colau, que considera muy interesante debatir sobre el papel de Colón en el supuesto exterminio de los indios americanos, que se le pueda condenar post mortem, como hacía la Inquisición, y fundir su figura.

La idea de derribar la estatua del descubridor fue de las chicas de la CUP, que rinden culto a las tribus autóctonas del Amazonas. Están convencidas y convencidos de que el idílico paraíso terrenal que era aquello, con aquellas gentes tan felices, fue arrasado por los españoles y sus perros de la guerra, por los curas y sus cruces. Y para prueba, la civilización yanomamo, de la que copian su estilismo capilar algunas relevantes figuras de la CUP.

En la frontera entre Brasil y Venezuela viven según un recuento de finales del siglo pasado unos diez mil yanomamo afectos a su ancestral cultura cazadora y guerrera. Los yanomamo se matan a lanza por las mujeres y matan a palos a sus mujeres en una espiral demográfica de suma cero. Está bastante extendido dejar a su suerte a las recién nacidas porque los hombres prefieren primogénitos. Los jóvenes pueden vender a sus hermanas y los adultos pactan cambios de mujeres, que exhiben orgullosas unas heridas y cicatrices consideradas muestras del aprecio y el amor de sus amos. Ellos se drogan con ebene, el tóxico de una enredadera. Ellas lo tienen prohibido.

Simpática a la par que auténtica civilización precolombina que debería preservarse igual que a los elefantes. ¿O no? Trato a las mujeres aparte, desconocen el español y el portugués, hacen lo que les da la gana y ejercen con la chorra su derecho a decidir en estado salvaje, con impunidad absoluta, un colocón de narices y en una jungla pródiga en provisiones. Podrían protagonizar el manual del perfecto independentista catalán.

Al respecto aún se recuerda la incursión de Carod-Rovira en territorio shuar, en el Ecuador, hábitat de una tribu a la que donó un millón de euros en 2009 para que preservaran las lenguas indígenas ante el avance del español. Los jíbaros le regalaron una lanza y le dejaron salir vivo del poblado a pesar de que entre sus notorias habilidades tecnológicas figura la reducción de cabezas.

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