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Pablo Planas

El farol de Junqueras

Nadie se toma en serio la amenaza de Junqueras porque nadie en su sano juicio rompería la baraja cuando tiene a su alcance la presidencia de la Generalidad.

Nadie se toma en serio la amenaza de Junqueras porque nadie en su sano juicio rompería la baraja cuando tiene a su alcance la presidencia de la Generalidad.
EFE

Oriol Junqueras, interlocutor preferente de Moncloa en Cataluña, advierte de que habrá una declaración unilateral de independencia (DUI en el diccionario del espeso proceso) si no se puede llevar a cabo el referéndum. El líder de ERC y vicepresidente de la Generalidad se niega a dar órdenes por escrito sobre la consulta a pesar de que es el comisionado del Ejecutivo autonómico para la organización del evento. Sin embargo, proclama ufano que a falta de urnas saldrá al balcón como Macià, Companys y Pujol el día que afloró el agujero de Banca Catalana para anunciar al mundo la constitución de una república catalana. No ha aclarado si lo hará solo o en compañía de Carles Puigdemont y demás miembros del Gobierno regional.

En el Gobierno del PP, Junqueras es considerado un hombre más cabal, cordial y razonable que Artur Mas y Puigdemont. Por alguna razón que se escapa del discernimiento realista de la situación en Cataluña, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría trata a Junqueras como si fuera un homólogo al que hay que dispensar la debida consideración. Se confía en la estrategia del divide y vencerás e incluso se atribuyen las gruesas desavenencias entre convergentes y republicanos a las sesiones de masaje y terapia de Sáenz de Santamaría con Junqueras.

Esa es también la versión de los pedecatos, que tachan al jefe republicano de botifler porque no ha hecho nada para organizar el referéndum y pretende encalomar a Puigdemont la culpa del fracaso. Ni en Madrid ni en Barcelona se toman en serio la amenaza de Junqueras porque las encuestas soplan a su favor y nadie en su sano juicio rompería la baraja cuando tiene a su alcance la presidencia de la Generalidad aunque sea en el marco del Estado de las Autonomías y no en el concierto europeo de naciones.

Es obvio que el objetivo de Junqueras no es montar un referéndum como el del pasado 9-N sino exterminar lo que queda de Convergencia tras haber salvado a ese partido con la plataforma Junts pel Sí. Los sondeos y el 3% habrían precipitado su caída del guindo y aventar la unilateralidad se entiende como un brindis al sol del amigo republicano para salvar la cara, mantener la tensión y provocar una actuación judicial o gubernativa que impida la consulta sin que sus valedores se vean salpicados por más inhabilitaciones.

Todo cuadra, menos que en Junqueras pese más el realismo que el separatismo. La sustitución del referéndum por unas elecciones autonómicas se considerará un éxito de la mano izquierda de Rajoy y de la habilidad negociadora de Sáenz de Santamaría. Sin embargo, lejos de resolver el largo y cansino expediente catalanista, un Gobierno catalán con Junqueras al frente (en coalición con los comunes de Colau y el PSC) profundizará en las líneas maestras de la disolución del Estado en Cataluña, obra colectiva que principió Pujol, asentó el anterior Tripartito y agudizó Mas. Debe tenerse en cuenta que si Sáenz de Santamaría es la niña de Rajoy, Gabriel Rufián es el nen de Junqueras. Con eso no está dicho todo, pero casi.

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