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Pablo Planas

El fascismo en la escuela según un adolescente catalán

A tenor de sus declaraciones, el presidente de la Generalidad catalana, Artur Mas, pretende entrar en la Historia por la puerta del frenopático.

A tenor de sus declaraciones, el presidente de la Generalidad catalana, Artur Mas, pretende entrar en la Historia por la puerta del frenopático.

A tenor de sus declaraciones, el presidente de la Generalidad catalana, Artur Mas, pretende entrar en la Historia por la puerta del frenopático. De viaje en la India, ha dicho sentirse inspirado por Gandhi. No es grave. También se sintió Moisés en Israel y Martin Luther King el pasado 11 de septiembre. Gandhi reencarnado en el presidente de una autonomía española. ¿Qué pecado cometería el pobre Mahatma? Tal vez estos desdoblamientos de personalidad de Mas, entre el síndrome de Münchausen y el de Peters, respondan a una estrategia para abortar la operación Adéu Espanya por la vía de la incapacitación mental en vez de la legal. En ese caso van a tener razón quienes dicen que CiU jamás convocará un referéndum secesionista, que todo esto no es más que la tipica soirée indepedentista, una burbuja. Vale. Tiene mucha gracia Mas cuando se pone serio. Y más en pleno subidón del viaje (oficial).Viajar es evadirse.

En el mundo real, la consecuencia de estos viajes a ninguna parte es una fractura social irreparable. El Periódico de Catalunya, cabecera competidora de La Vanguardia en Barcelona, publica en su edición del lunes la carta de un adolescente que habla de lo que pasa en su colegio. Se aporta un nombre, Pedro, un apellido y una fotografía de un muchacho que aparenta tener unos catorce años. El texto se titula "El fascismo catalán" y dice así:

Hace cuestión de días que en mi escuela de toda la vida surgió la idea de colgar la bandera catalana en la fachada del edificio (...) Compañeros de clase invitaron formalmente a un alumno a abandonar nuestra escuela si no se sentía identificado con sus ideales catalanistas, solo porque defendía que la escuela debía ser neutra. La palabra fascismo surgió más de una vez en el debate. Alumnos catalanistas tacharon de fascistas a sus compañeros de la infancia por no apoyar el catalanismo y la independencia catalana.

La presencia de senyeres y estelades es tan habitual en los centros de enseñanza en Cataluña como lo era el retrato de Franco hace cuarenta años. Se trata de una anormalidad que el nacionalismo defiende con una cerrazón y fiereza que sobrepasa los márgenes del debate político y se adentra en lo patológico. Como la inmersión lingüística, la simbología identitaría es intocable e innegociable. En el mejor de los casos, los políticos y funcionarios nacionalistas se ríen en la cara de quien plantea reparos a una politización tan descarada de la escuela. Cosas de inadaptados y frikis españolistas. El niño, que será raro. O los padres. El cordón sanitario no sólo es una consigna política, sino algo que pueden sufrir quienes osan discrepar, objetar o criticar el adoctrinamiento escolar, sea en formato idiomático o en versión simbólica. En ese ambiente, los padres y los escolares contestatarios están abocados al señalamiento y al aislamiento, lo que explica la extensión de la actitud de no meterse en política, otra vez. De tal modo que casi todo el mundo reconoce en privado los excesos educativos mientras en público mira para otro lado, el de que la escuela tenga buenas instalaciones o pocos inmigrantes.

Así que a lo mejor lo de Mas acaba en agua de borrajas y Junqueras no es capaz de salir al balcón a declarar la independencia. A lo mejor el noi de la espardenya consigue una tertulia en La Sexta y Sor Forcades termina de portavoz de la Conferencia Episcopal. A lo mejor, pero una generación, otra más, habrá crecido en el odio a España y en la creencia de que el resto de los españoles trata a los catalanes como si fueran negros, judíos o indios, según el mes y la agenda de Napoleón en su pabellón.

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