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Pablo Planas

El que estaba dispuesto a ir a la cárcel

Nadie que estuviera en el lugar de Artur Mas se atrevería a salir a la calle después del flagrante incumplimiento de su promesa de quebrar España.

Nadie que estuviera en el lugar de Artur Mas se atrevería a salir a la calle después del flagrante incumplimiento de su promesa de quebrar España.

Nadie que estuviera en el lugar de Artur Mas se atrevería a salir a la calle después del flagrante incumplimiento de su promesa de quebrar España. Con todo a su favor, con miles de personas ocupando las calles a una orden de Carme Forcadell, con un Gobierno apático en Madrid, con los medios catalanes del editorial único en posición de firmes, decide que ya no le apetece chocar con el Estado, que la cosa se puede poner fea, que se baja en marcha, pero que mantiene el 9-N en formato "proceso participativo". Otro eufemismo nacionalista, por si había pocos.

No puede haber mayor ejemplo combinado de cobardía e irresponsabilidad. Dos años de arengas y mandagas y dos horas de excusas y monsergas. Del heroísmo al patetismo en segundos. Mas, que ha utilizado a una parte de la sociedad catalana como coartada, que no ha dudado un instante en aumentar la presión, subir la tensión, identificar enemigos y hacerse el chulo detrás de Carme Forcadell y Pilar Rahola; ese Mas se ha echado atrás y se ha venido abajo en cuanto ha vislumbrado de lejos, pero de muy lejos, la posibilidad de sentarse en un banquillo. Ha provocado una fractura en la sociedad catalana, ha dinamitado la convivencia, ha malversado y malversa, pone en riesgo la recuperación económica, se ha desocupado de todos los problemas sociales y económicos y ahora sale con que el 9-N se votará pero que no vale, que la "consulta definitiva" vendrá después. Lo de ahora es otra cosa con las mismas preguntas, pero sin censo ni las típicas formalidades de la democracia. ¿Pero no estaba dispuesto este milhombres a ir a la cárcel? Es lo que viene diciendo desde 2012, que si por la libertad de Cataluña y tal...

Dialogar con un individuo que miente, según coinciden todos los que se han reunido con él, es una forma de complicidad con la mentira. Salvar la poltrona y la cara de un tipo que ha echado a mucha gente al monte es una manera de fomentar la irresponsabilidad del personaje y sus pelotas. Si el Gobierno, animado por las estupideces del ministro Català sobre la constitucionalidad de las encuestas, cae en la tentación de permitir la nueva consulta estará firmando algo muy parecido a la sentencia de muerte de España en Cataluña.

Los mismos que dijeron que el caso Pujol sería letal para el proceso separatista afirman ahora que el nuevo desafío de Mas no se debe impugnar porque está abocado al fracaso y una forma de pinchar el suflé. El tacticismo está muy bien si el negociador contrario está dispuesto a aceptar unas mínimas reglas. Pero si quien está delante reúne los perfiles patológicos de quien miente por sistema, engaña a quien puede, estafa a los contribuyentes e insulta y desprecia a los españoles, lo propio, adecuado, justo y legal ante tal sujeto hubiera sido aplicar el artículo 155 de la Constitución para librar a los catalanes y al resto de los españoles del caos, la ruina y el borchorno. A mucha gente y por deudas mucho más pequeñas que las que ha contraído Mas le han echado de su casa. ¿O es que además del gato por liebre hay gato encerrado?

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