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Pablo Planas

La encerrona de Can Godó

Felipe ha podido comprobar cómo se las gasta el poder catalán, el talante de sus cachorros empresariales, la chulería de los estelados.

Felipe ha podido comprobar cómo se las gasta el poder catalán, el talante de sus cachorros empresariales, la chulería de los estelados.

Que un desahuciado, un preferentista o un parado de larga duración se niegue a darle la mano al Príncipe de Asturias cabe dentro de lo comprensible en un sentido abstracto, porque no es probable que Don Felipe se tope cara a cara con personas en circunstancias tan adversas en lo relativo al pan, el trabajo o a que a uno no le estafen. Ni les invitan a las recepciones oficiales ni participan en ferias y congresos. Además, poco o nada puede hacer el Príncipe por ellos. La parte económica de la crisis tiene poco ver con la forma del Estado, salvo en la abrupta caída de ingresos de los Urdangarín.

Ahora bien, que un empresario con boyantes contactos con la Administración (catalana) se encare con el heredero de la Corona y le retire la mano sólo se lo podía esperar quien estuviera en el secreto. Mas y pocos más. El supuesto emprendedor, bien relacionado en la Generalidad, incluido en el elenco de empresas del Mobile World Congress e independentista concienciado, le cantó las cuarenta al hereu mientras Mas y sus altos cargos se partían de risa con la escena. Give me five, le decían luego a Àlex Fenoll, que así se llama el nuevo chaval de la chancla, aquel Fernàndez que amagó con tirarle una sandalia a Rato.

El Príncipe salió más que bien parado de la trampa para elefantes. Lejos de perder la compostura borboneó con olímpico semblante, de tal modo que Fenoll ha quedado como un loquito. Por no hablar de Mas, retratado a mandíbula batiente. El inefable Homs lo explicó luego. El manco Fenoll es el "malestar latente del pueblo catalán" por no poder decidir su futuro en una consulta. Y eso que podría salir que no, que contra España se está mejor y se gana más.

A Don Felipe se le pide que no le haga sombra al padre, por lo que Zarzuela intentó camuflar el suceso, darle bajonazo y correr un tupido velo. Le pasa lo que a su padre al final del franquismo, cuando le tocaba hacer de jefe de Estado en el Sáhara, pero sin galones, sin medios y sin apoyos, con el enemigo en los aposentos de al lado. No hay más que recordar cómo La Zarzuela dio consistencia a la crisis matrimonial del Príncipe (aquello que pasa en todas las parejas, dijeron) o advertir la oportunidad perdida en Cataluña para retratar la naturaleza áspera y agresiva del plan separatista y, de paso, investir al sucesor. ¿Falta de reflejos solamente?

Felipe ha podido comprobar cómo se las gasta el poder catalán, el talante de sus cachorros empresariales, la chulería de los estelados. Es la revolución de los hijos predilectos de la inmersión, ricos y descarados, emprendedores 2.0, los nietos políticos de Millet, el del fémur. Ya no es Tardà, el diputado de ERC, gritando "Mori el Borbó!" entre antorchas. No se trata de unos xirucaires quemando un retrato del Rey como fin de fiesta de la cadena humana, sino de un Joan Pijeras con el que te puedes topar en Fonteta, Bajo Ampurdán. Y esos son los del diálogo. No es un buen indicio lo de la mano. Tampoco lo es que pretendan implicar al Príncipe en el proceso, que no otra cosa fue la encerrona en casa de Godó, con los empresarios de postín preocupados porque Rajoy no cuadra a Mas, porque el Rey está con Roca y Roca, con la consulta. Felipe se ha replegado de Cataluña por Poblet con la mosca tras la oreja. Príncipe de Gerona... Sí, sí, menudo embolado.

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