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Pablo Planas

Rufián, contra los taxistas de Madrid

Su Señoría ha pasado de la dialéctica de los puños a la esgrima parlamentaria en la capital y aún no sale de su asombro.

Su Señoría ha pasado de la dialéctica de los puños a la esgrima parlamentaria en la capital y aún no sale de su asombro.
Rufián | EFE

El diputado de ERC en Madrid Gabriel Rufián ha conseguido que Risto Mejide diga de él que es a la política lo que el Follonero a la televisión. El fatuo separatista se lo tomó como un elogio mientras asistía hinchado como un pavo a una recopilación de sus momentos más intensos en el Congreso, cuando tachó a Ciudadanos de marca blanca del PP, llamó cuñado a Rivera y se encarnizó con el PSOE por apoyar la investidura de Rajoy. Estaba en el chester del publicista, que pasó de meterle una goleada al pimpollo más allá del affaire de que el Nen de Santako (Santa Coloma) llama esclavista a Amancio Ortega pero se compra las chaquetas en Zara.

El trasunto del programa era la fama, en el caso de Rufián fulgurante y repentina como charnego separatista de guardia, uno de esos tipos a los que el catalanismo utiliza para blanquear el etnicismo lingüístico, justificar el adoctrinamiento escolar y difundir el relato del proceso en castellano. Nunca será de los suyos porque es como un chino en la Yakuza, pero de momento a Junqueras ya le vale y Rufián lo flipa en la M-30 del Palacio de las Cortes.

Su Señoría ha pasado de la dialéctica de los puños a la esgrima parlamentaria en la capital y aún no sale de su asombro. Sus colegas rivales son unos pijeras que no tienen ni media leche y la retórica de herriko-taberna le funciona como un tiro en los telediarios. Es su momento, está en la cresta de la ola, a dos telediarios de comerse un sopa de aleta de tiburón y un pato laqueado en el Tse Yang del Villa Magna.

Sólo hay una pega. Lo de los taxistas no lo lleva bien. Se quejó en el plató de Mejide de que le hacen la pirula, que no van o vienen cuando se les llama y se enteran de que el encargo es de un tal Rufián, de que le tardan más en llevarle de la estación de Atocha al Congreso que a otros políticos. Rufián, majo, del Ave al escaño hay mil doscientos metros, un cuarto de hora a pie y una mierda pinchada en un palo del taxímetro. Tío, solidarízate. Conducir en Madrid es un coñazo y a los taxistas les toca la pera esperar dos horas en Atocha para ganarse cuatro perras en una carrera a San Jerónimo con un cliente político que encima va de republicano. Se te nota el pelo de la dehesa. Venderse por un plato de lentejas es humano, pero joder al chófer es de cabrones.

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