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Pablo Planas

¿Será más malo Quico que Arnaldo?

En Moncloa, Junqueras forma parte de la solución, lo que da cuenta de la envergadura del problema.

En Moncloa, Junqueras forma parte de la solución, lo que da cuenta de la envergadura del problema.
EFE

Se tiende a dar por sentado que Oriol Junqueras no es un catalanista típico sino un político racional, serio y cabal negociador. La cordialidad de sus contactos con Soraya Sáenz de Santamaría y Cristóbal Montoro se pondera como un formidable cambio de paradigma en el contencioso llamado "proceso". En comparación con Mas, Junqueras causa la impresión de un adorable teletubby, un peluche grandote con el encanto del ogro Shrek. El oso amoroso de la política catalana.

En buena parte, la operación Diálogo del Gobierno se sustenta en la familiaridad establecida por Sáenz de Santamaría con el amigo Junqueras, o al revés. El jefe de ERC y vicepresidente regional se comporta en las distancias cortas con el refinamiento de un experimentado gentilhombre y una combinación de antecedentes, expectativas y apriorismos le confiere el particular atractivo de ser el estereotipo de político nacionalista que no parece un político nacionalista.

En Moncloa, Junqueras forma parte de la solución, lo que da cuenta de la envergadura del problema. El confite de la Vice está metido hasta las trancas en el golpe de Estado, entre otras razones porque dista de estar claro que vaya a ser el futuro presidente de la Generalidad. Cinco años después del comienzo oficial del proceso, la fragmentación partidista en Cataluña es de tal calibre que todos los escenarios postelectorales remiten a la ingobernabilidad más absoluta.

La sentencias de inhabilitación no han generado la respuesta popular con la que amenazaba el separatismo, pero tampoco han alterado las agendas de los afectados y sus vasallos. "¿Qué harán, nos inhabilitarán a todos,nos meterán en la cárcel?", se preguntaba Junqueras este miércoles en la radio de los Godó. La desobediencia en Cataluña además de gratis es rentable electoralmente y uno de los hándicaps de Junqueras es que a pesar de presidir una mesa del 9-N en calidad de voluntario no puede exhibir la medalla de mártir judicial de la autodeterminación.

El recurso a la provocación es la única salida del separatismo. Puede convocar a las masas en un intento postrero, pero no puede sostener el envite a diario. En esa tesitura, las inhabilitaciones de Mas y Quico Homs en vez de frenar el proceso facilitan el relevo facial y generacional. La pregunta del momento es si habrá referéndum. El plazo separatista vence la segunda quincena de septiembre. Junqueras sostiene que se convocará en junio. En una parte se habla de parroquias erigidas en colegios electorales, de asaltos simbólicos, de ocupaciones puntuales. En la otra se constata que no hay caceroladas.

Entre pitos y flautas, Junqueras, el socio, prepara la desconexión del Fondo de Liquidez Autonómica y cierra un viaje a los Estados Unidos para garantizar la financiación de la república en los mercados internacionales. Con un par y setenta mil millones del Estado a fondo perdido después. Dice que el hecho de que el Estado sea el acreedor de más de dos tercios de la deuda de la Generalidad es una ventaja a la hora de pactar los términos del divorcio con España. Junqueras, la gran esperanza, nuestro hombre en Can Fanga, que es como los paisanos de Puigdemont se refieren a Barcelona. Todo aboca a la solución 155 de la Constitución para comprobar si hay caceroladas o pasa como cuando se ilegalizó Batasuna. ¿Será más malo Quico que Arnaldo?

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