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Pablo Planas

Trena para Junqueras

Si a la banda de los Puigdemones le quedara un rastro de dignidad, habría acampado frente a la cárcel para pedir la libertad de los Jordis, en lugar de largarse a Bruselas.

Si a la banda de los Puigdemones le quedara un rastro de dignidad, habría acampado frente a la cárcel para pedir la libertad de los Jordis, en lugar de largarse a Bruselas.
Oriol Junqueras y Carles Puigdemont | EFE

Este Puigdemont es un fenómeno. Publicaba el domingo La Vanguardia del grande de España Javier Godó una foto de Puigdemont y su esposa firmada por la agencia Reuters que era la viva imagen de la desolación. Marcela Topor no podía disimular una infinita tristeza. El expresidente catalán tenía la mirada perdida, resignado en la caída. La instantánea había sido captada durante el paseo triunfal del matrimonio por las calles de Gerona el día después de proclamada la república e iba acompañada de un texto cuyo redactor se confiesa amigo de Puigdemont en el trance de escribir "lo más difícil que habré publicado en muchos años".

Emotivo y sentido artículo en el que el autor sostenía que

Carles Puigdemont no tiene más ambición que formar parte de la gente, de su gente. Ser su expresión más pura, desinteresada y genuina. Por eso ahora se abraza a ellos y espera, conformado y fatalista, la cruel sentencia de la historia y la impiadosa sentencia de los tribunales de España.

Así es que ahí está Puigdemont, un padre de familia presto al martirio, un hombre íntegro frente a su destino, "conformado" y "fatalista". Diríase que como recio castellano que no tiene más privilegio que sus manos. ¿Quién puede querer que alguien así entre en la cárcel? Esas masas que piden prisión para Puigdemont no tienen entrañas. A fin de cuentas, es el tipo al que sus amigos llaman Puigdi, un hombre que va de vinos por su ciudad mientras TV3 emite un mensaje grabado en calidad de presidente de la república catalana, el marido de Marcela, aquel periodista que se largó un año de viaje por Europa cuando el exjuez Garzón empezó a detener terroristas de Terra Lliure para que no jodieran los Juegos del 92, el presidente de chiripa elegido por la CUP, el pajarillo envuelto en la turbulencia de un Boing, un pobre payasete.

Bastaría con que bajara la mirada y musitara que no lo volverá a hacer más, como en la canción de Sandro Giacobbe, para que hasta las familias señaladas, humilladas y acosadas en Cataluña por pedir una educación bilingüe para sus hijos se plantearan firmar una petición de indulto. Y justo en ese momento en el que a muchos se nos olvidan las catástrofes del nacionalismo, los millones de muertos que recordó Mario Vargallas Llosa provocados por esa basura o la práctica recurrente del racismo identitario que tuvo el valor de subrayar el viejo comunista Paco Frutos, va Puigdemont y lo vuelve a hacer. Primero iba a convocar elecciones. Luego no. Después se proclamó la república, pero él no, él sólo dio un discurso en la escalera del Parlament, en Montepinar. Luego se fue a Gerona de paseo mientras TV3 difundía su primer mensaje como presidente de la república y ahora se nos ha fugado a Bruselas en coincidencia con el anuncio por parte del fiscal general del Estado, José Manuel Maza, de una querella contra el Govern y la Mesa del Parlament que deja fuera a los diputados chuletas que votaron en secreto la independencia. Esto es: menos de lo anunciado e igual que con el 155 capado.

Pero Puigdemont y quienes le manejan, lejos de adoptar la estrategia de Trapero, siguen el popular axioma from lost to the river y se lo están pasando de lujo mientras se deteriora la situación social, la economía hace aguas y millones de personas se enfrentan a un futuro incierto porque Mas, Junqueras, el propio Puigdemont y una cuadrilla de turbios conspiradores, con la complicidad de notables empresarios de la comunicación, han decidido que les pone el mambo y que la democracia en España es "el régimen del 78".

A todas estas, el gran fallo de la querella de Maza es que el archivo adjunto remitido a los periodistas lleva por título "Más dura será la caída", la novela de Budd Schulberg sobre la corrupción en el boxeo que en cine protagonizara Humphrey Bogart. Pues sí, debiera ser dura, toda vez que Puigdemont y sus colegas no han dejado de pagar la hipoteca, sino que pretenden acabar con la convivencia en Cataluña, la economía española, la seguridad jurídica y la estabilidad política. Más dura aún desde la perspectiva de la Fiscalía, pues no en vano es la parte que acusa, no la que defiende. Es más, tendría que comportar el agravante de compartir celda con Jordi Sànchez, cuyo sufrido compañero ha pedido el traslado porque no aguanta el coñazo victimista, sinónimo de catalanista en todas las acepciones de la catástrofe, del cabecilla de la Asamblea Nacional Catalana.

Si a la banda de los Puigdemones le quedara un rastro de dignidad y vergüenza, habría acampado frente a la cárcel de Soto del Real, y en huelga de hambre, para pedir la libertad de los Jordis, en lugar de largarse a Bruselas con el rollito insumiso mientras el país que dicen defender se desmorona a pedazos por su culpa. De momento prefieren el truco al trato, y para la que han liado no les va nada mal. Han dejado en bragas al Gobierno en pleno, comenzando por Méndez de Vigo. Puigdemont es ridículo, sí, pero su ridiculez es pareja a la debilidad del Estado. Por lo demás, a nadie le gustan los desahucios y es cierto que resulta muy injusto que se pida prisión para Puigdemont y no, por ejemplo, trena para Junqueras.

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