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Pablo Planas

Un arzobispo negro para Barcelona

La del arzobispo de Barcelona es la cuarta poltrona más importante de Cataluña. Mucho cuidado ahí.

La del arzobispo de Barcelona es la cuarta poltrona más importante de Cataluña. Mucho cuidado ahí.

Después de las del presidente de la Generalidad, el entrenador del F. C. Barcelona y la líderesa de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), la del arzobispo de Barcelona es la cuarta poltrona más importante de Cataluña, por encima incluso de la del director de La Vanguardia y de las de los presidentes del Círculo Ecuestre, del Liceo y del Círculo de Economía. Poca broma, por tanto, con la silla episcopal de la Ciudad Condal, cuyo titular es creado cardenal si al encasquetarse la mitra no dispusiera de tal categoría. Así que un arzobispo de Barcelona es como un cinturón negro noveno dan o un gran maestro del grado 33. O sea, la pera.

Valga el introito para enmarcar el enorme debate que se ha suscitado en torno a la sustitución del arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, que debería haberse jubilado hace meses según el convenio colectivo de la Santa Sede. La Vanguardia lanzó el globo sonda de que el papa Bergoglio sopesa sustituir a Sistach por el cardenal Antonio Cañizares y no habían pasado dos minutos cuando ya se había activado la campaña Volem bisbes catalans (Queremos obispos catalanes), un eslogan clásico, más antiguo incluso que el de "Nocilla, qué merendilla". Contra Cañizares operan toda clase de prejuicios desde la perspectiva del católico catalanista, que sería a la Iglesia en Cataluña lo que un entendido del tendido 7 en Las Ventas a la tauromaquia, pero en mal plan. Cañizares es conservador, considera que la unidad de España es un "bien moral" y además no habla catalán. Lo primero, bueno; lo segundo, en fín..., pero lo tercero es inasumible e innegociable. Así que el problema de Cañizares, a la sazón prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, no es que sea un facha y un españolazo, sino que no parla català, disfunción descalificante no sólo para ejercer el sacerdocio sino muchas otras tareas, profesiones, disciplinas y oficios en Cataluña. Lástima, se siente, es una pena, pero sin el certificado de nivel C de catalán Cañizares tendrá que quedarse en Roma de prefecto, que es como un ministro del Estado del Vaticano, o conformarsecon una diócesis menos selecta en materia sociolingüística. Cómo será la cosa de natural y corriente que hasta el propio afectado ha mostrado su disposición a encerrarse en un monasterio para aprender catalán si fuera menester, como si obrar de pastor de almas en la provincia de Barcelona fuera un cometido semejante al de cristianizar cafres, cosa imposible si se desconoce la lengua vernácula.

No hace falta extenderse en detalles. El hándicap de Cañizares es el idioma y eso es tan hasta cierto punto normal y aceptado que el mismísimo interesado está dispuesto a corregir tan imperdonable defecto. Es lo que hay, se pretenda optar a una plaza de conserje o a la encomienda arzobispal. El debate viene siendo interminable, pero en el caso de los obispos, Bergoglio, es decir, el papa Francisco, podría zanjarlo de cuajo. No tendría más que nombrar un arzobispo africano, hispanoamericano o incluso paquistaní, cosa que, por otra parte, sería lo propio si se atiende al detalle de que Barcelona se ha convertido, de treinta años para acá, en la versión posmoderna de Sodoma y Gomorra, por lo que requiere un director espiritual enérgico, que no se deje impresionar por los ritos paganos locales y que sepa latín, un auxiliar de Medellín, un obispo de Córdoba o, ya lanzados, un murciano sin complejos.

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