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Pablo Planas

¿Y ahora qué, señor Mas?

¿Quién les va a votar después de todo lo que han dicho y de todo lo que han hecho?

¿Quién les va a votar después de todo lo que han dicho y de todo lo que han hecho?
Artur Mas | EFE

Era cosa de ver con qué prognática seriedad conducía Artur Mas a los catalanes a la tierra prometida, cómo saludaba a las puertas del TSJC, con una mano a la altura de la cartera y la otra desplegando los cuatro dedos del saludo fascista en versión convergente. Después, la heroica renuncia para no encallar en la matraca a Ítaca, cómo se tiró por la borda el capitán de la gloriosa travesía para que se aferrara al timón el oficial Puigdemont. No había vuelta atrás. Velas al viento y España cada vez más lejos. ¡Cómo se fumaban las sentencias del Constitucional, del Supremo y del juzgado que se les pusiera por delante, ya fuera en materia de derechos lingüísticos o por prevaricación, desacato y jeta de cemento! Y ese Francesc Homs, en plan hasta aquí hemos llegado, ya no hay posibilidad de negociar con el Estado, esto es el Rubicón. Entre tanto, los columnistas y tertulianos del 9-N hablaban de pantalla superada, de un etapa menos en el camino a la república catalana, de tierra a la vista. Iban en serio, muy en serio. O eso parecía.

El día que la CUP les dijo que no a los presupuestos les faltó tiempo para matar su hoja de ruta, desdecirse de compromisos y promesas y echar la culpa a los diez negritos. Al más mínimo contratiempo, todo se vino abajo como un castillo de arena frente a un tsunami. Por si no bastara con Madrit, tenían el enemigo dentro, esos antisistema de la chancla, esos impresentables de ahora con los que antes se abrazaban en pos de la victoria final frente a la España ladrona, inculta, cerril y casposa. Un lustro a toda máquina de insultos y vejaciones contra los españoles y más de tres décadas de andanadas contra la Piel de Toro para crear ambiente.

Jordi Sànchez, el jefe de la Assemblea Nacional Catalana (la organización que iba a tomar el puerto, el aeropuerto y la torre de Collserola el día que Mas proclamara desde el balcón la independencia), ha enterrado la hoja de ruta. Ni independencia en dieciocho meses ni gaitas escocesas para celebrar la histórica diada. Mas y Puigdemont reniegan de lo pactado con el resto de los separatistas y ahora quieren el referéndum de Podemos; lo que sea con tal de seguir en sus poltronas y con sus delirios de que Cataluña no es España y de que la inmensa quiebra (económica, política y moral) de la política catalana es culpa, cómo no, de los demás, del Gobierno y de la CUP, de los "unionistas" malvados, del CNI y de un pueblo que ya no les acompaña, que no sale en masa a escrachar las sedes de los demás, incluidas las cuperas.

No pasa nada. No reconocen nada, ni que mintieron, ni que tal vez se equivocaron, ni que vociferaban por vociferar, ni que han dividido a la sociedad, se han reído de los suyos y han ofendido a los demás. Ganaron aquel 9-N, el del referéndum con urnas de cartón (en el que no votó ni un cuarto del electorado), el 27-S, esas plebiscitarias que no les dieron el mínimo del 50%, y volverán a engañar, a mentir y a salir por la calle como si fueran héroes en vez de dignos hijos de Pujol, de sus cuentos y de sus cuentas. Tras la pantalla superada, han hecho reset. Eso sí, al menos las encuestas les ponen en su sitio, en el vagón de cola. ¿Quién les va a votar después de todo lo que han dicho y de todo lo que han hecho?

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