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Pedro Bonofiglio

La historia nos examina. Capítulo I

Somos argentinos. Tenemos a Messi, pero no tenemos equipo. Tenemos a Maradona en el banquillo, pero no tenemos entrenador.

Siempre se dijo que la camiseta argentina, a la hora de competir en los mundiales de fútbol, tenía un peso específico importante, mas allá de nombres, entrenadores y tácticas. Ese peso fue adquirido en la protohistoria de este deporte. El único certamen en el que se competía antes de los mundiales era los Juegos Olímpicos. Allí, la selección argentina se batió a duelo frente a Uruguay en las finales olímpicas de 1924 y 1928. En 1930 se jugó el primer Mundial de la historia y se volvieron a encontrar los finalistas de los últimos dos JJOO. La que gana es la celeste uruguaya, pero también empieza a gestarse la historia de la albiceleste. Y es ahí donde Argentina tiene que empezar a abrigarse del frío de la presión hasta nuestros días.
 

No sé que pasa en nuestro país, pero cuando juega la selección nos transformamos, nos dejamos la piel, ponemos bajo castigo la paciencia y queremos abrazarnos todos, los 40 millones de argentinos, en el mismo momento y en el mismo lugar. Muchos equipos envidian esa pasión, la que mostramos cuando suena el himno. Muchos desacuerdos quedan en el olvido, se aparcan las miserias y perdonamos a nuestros peores enemigos, sólo porque se visten de celeste y blanco. Los de afuera son de palo. En ese instante nos sentimos tan fuertes y tan duros que pueden venir alienígenas a invadirnos, que les presentamos batalla, sin dudar un solo momento de que la victoria quedará de nuestro lado.

Somos un pueblo donde están mezcladas la filosofía española, italiana, francesa, alemana, judía, indígena, japonesa, inglesa... En definitiva, una mezcla de alta combustión. Pero se ve que en su momento fue el único hecho aglutinante para poder juntar a todos los habitantes de un país bajo una sola bandera. Y salió bien.

Décadas después seguimos sintiendo esa sensación de euforia, de valor y nervios antes de un partido. Incluso la gente a la que no le gusta el fútbol se sienta a ver los partidos y a vivirlos como si fuera una película digna de un Oscar. Es complicado mojarle la oreja al destino, pero somos capaces de lo mejor y lo peor. Así somos. Y esto tiene un nombre propio y una definición.

Somos argentinos. Tenemos a Messi, pero no tenemos equipo. Tenemos a Maradona en el banquillo, pero no tenemos entrenador. Muchos se preguntan si no sería mejor míster el mismísimo Stevie Wonder. Pero allí estamos, listos, para hacer lo mejor que sabemos: competir. Se trata de eso, ¿no?

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