Menú
Pedro de Tena

Cansancio de la política

Este año superelectoral nos va a dejar exhaustos, olvidados del alma, ese enigma que existe y que nos diferencia esencialmente.

En cuanto me he puesto a escribir esta pieza semanal, me he percatado del cansancio infinito que me asuela por la hegemonía de la política en la vida nacional. Es más, de la mala política, de la simplificada, de la desfigurada, de la esperpéntica. Acaba de caerse un Airbus en Sevilla, con cuatro muertos y con sus repercusiones, tal vez graves, en el desarrollo de la industria nacional, pero apenas interesa. La industria, ¿para qué? Que fabriquen ellos, que se lleven el valor añadido y los puestos de trabajo. Lo que nos interesa es el dóberman de la izquierda llamando corruptos a todos menos a los que tiene al lado. Lo que nos interesa es saber si el joven aseado o la perdona, bonita iban a consentir el voto al régimen terminal del Sur. Ocurre que inspectores de la Junta andaluza consideran que La Celestina no le interesa a nadie, pero tal estupidez no provoca ni medio comentario. La política asfixia la realidad, la espanta. Y venga corrupción, y más corrupción, que, como todo el mundo sabe, sólo es patrimonio de los políticos, chivos expiatorios de una sociedad en la que se paga, se emplea, se aprueba, se escribe o se juega en negro en cuanto se puede.

El resumen del fin de la utopía política, fuese cual fuese su coloración, es el que en su día refirió Borges de su hombre cansado. Los gobiernos "fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos". El desperdicio del tiempo en lo accesorio sigue siendo un pecado. Dejar la vida privada y su cultivo por la política o en manos de los políticos es un suicidio vergonzoso. Decir adiós a los versos, a los amores, a los inventos, a la profesión, a los negocios, a los rezos, a los colores y sabores, a los viajes, a los dioses o al dios... es un crimen. Se deja demasiado en el camino para no coincidir en que la política, convertida en locura, es un peligro universal para la humanidad.

Este año superelectoral nos va a dejar exhaustos, olvidados del alma, ese enigma que existe y que nos diferencia esencialmente. Se habla y se hablará lo de siempre sin aprender nada de la experiencia histórica, de la experiencia contrastada. No se quiere aplicar el método de los viejos científicos europeos, ni siquiera el simplicísimo novum organum que aconsejan discutir menos y comprobar más qué funciona y qué no. Como los individuos, las naciones atrapadas por la política, en el peor sentido de la palabra, no mejoran, no progresan, no tienen horizonte ni destino. Y venga media España contra la otra media, incapaces de olvidar, de soñar, de aprender a quererse como patria. Medios seres, como los de Gómez de la Serna, incapaces de crear algo de lo que enorgullecerse.

Hablaba el andaluz Ganivet desde Finlandia, a pocos años de tirarse al Dvina, del cansancio y la decadencia de la democracia. "El decadentismo es cansancio, es duda, es tristeza, y lo que hace falta es fuerza, resolución y fe en algo, aunque sea en nuestro instinto; que, cuando nos impulsa, a alguna parte nos llevará". En fin, recuérdese que, salvado de las aguas, Ganivet volvió a tirarse definitivamente.

En España

    0
    comentarios