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Pedro de Tena

El carro de heno y España

Esperando los resultados de las gallegas y vascas que muchos creen que pueden cambiar el destino de esta infeliz y malquerida nación llamada España, me dormí.

Ahora que termina la exposición más extraordinaria jamás acontecida sobre la pintura de El Bosco –muchos más visitantes que asistentes a mítines políticos en la geografía nacional–, es el momento de preguntarse cómo hubiera representado el de Den Bosch a estos españolitos de hoy, que nos guarde Dios, a los que cada una de las Españas, y todas ellas en conjunto, quieren helarnos el corazón. Quizá España, donde tal vez hubo un jardín de las delicias alguna vez y hay un infierno esperándonos –o viceversa y dependerá de nosotros mismos–, es un inmenso carro de heno donde la vida nacional se expone en toda su crudeza.

Eso, interpreto, hizo Hieronymus van Acken: deformar las apariencias de las personas con sus esencias, hacer que sus interiores se impusieran a los exteriores, lograr que el ser venciera al parecer. De ahí sus grillos o personalidades deformes, que recuerdan al ingenuo que en la entraña de una muchedumbre hay ladrones, asesinos, sádicos, chulos, estafadores y, también, buena gente, sea porque es buena o sea porque no ha tenido la oportunidad de ser mala.

Y en esto, esperando los resultados de las elecciones gallegas y vascas que muchos creen que pueden cambiar el destino de esta infeliz y malquerida nación llamada España, me dormí. Lo sé ahora. Inmediatamente, comprendí que me encontraba junto al carro de heno y que mi misión, como periodista de investigación, era localizar a los seres deformes que nos han conducido a la calle nacional del infierno y decirle a El Bosco: "Pinta, repinta, despinta, traspíntalos a todos y haz que se vean sus verdaderas caras".

En ese momento descubrí a Mariano Rajoy, más joven, tal vez de registrador sin méritos, debajo del caballo en el que se encaramaba el Obispo, vestido como fariseo y sin gafas. Tal vez, se disfrazaba de sultán sarraceno, pero en las brumas oníricas, como es sabido, esos detalles no importan. Luego me pareció distinguir a Albert Rivera ataviado como trovador que se situaba encima del carro, no tirando del mismo, fíjense. Junto a él y una dama ignota, un tal Fernández Vara, también sin gafas, le enseñaba una partitura a la que ponía mucha atención. Quise ver a Pedro Sánchez a punto de subir por la escalera que conducía a la cumbre del carro de heno compitiendo con una mujer, pero ya no estaba seguro de nada. Pablo Iglesias estaría tras cualquiera de las máscaras o bichos, como Pujol, sí, no me olvido, Puigdemont o Urkullu, pero la urgencia de despertarme impedía que me cerciorara debajo de cuál.

Cuando abrí los ojos, eran las ocho de la tarde del domingo y estaba a punto de conocerse si los resultados electorales de Galicia y País Vasco podrían impedir que el carro de heno español se desplazara hacia su infierno. A esta hora ya se sabrá.

En España

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