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Pedro de Tena

El imperio de la guarrería

Contaré algunas cosas que puede parecer imposibles en una democracia digna y decente, pero que han pasado.

No me refiero, Dios me libre, a los inocentes cochinos que, blancos o negros, alimentan a media España. Los cerdos son conocidos como guarros – sobre todo en Extremadura– porque, para la exquisitez humana, eso de vivir, retozar y revolcarse en una zahúrda es una cochinada, una guarrería, una porquería. Pero en castellano un guarro es, además, un desvergonzado, alguien que hace marranadas morales, que comete vilezas y vulnera las reglas del juego, que juega sucio. El célebre comunista Federico Sánchez llegó a hablar anoveladamente de "imperio de la guarrería". En estos días sólo habla de la corrupción, de la política, de la económica, de la moral, de la judicial, pero se habla poco de la guarrería que es corrupción, pero rastrera.

Sentemos que la guarrería es una indecencia, una jugada rastrera, una acción que se desarrolla contra otra persona o un grupo de ellas para arrebatarle un bien o un derecho con malas artes, con malasangre. En España, desde los gobiernos de Adolfo Suárez se creyó, nos creímos, que los procedimientos electorales eran honorables. Antes no. Acabamos de saber que la izquierda hizo una guarrería electoral tras los comicios de febrero de 1936, por poner un único ejemplo. En tiempos de Franco se decía que votaban el 105 por ciento de los españoles cuando excepcionalmente eran llamados a las urnas. En tiempos más cercanos y lugares más lejanos, sabemos lo que pasó en las elecciones estadounidenses y las sospechas del papel de Rusia y otros, sospechas que acaban de reproducirse en la Francia que decide este domingo su futuro. No me detendré ahora en el problema de las elecciones españolas donde se ha mostrado que los votos reales no siempre se recuentan y que se cometen errores de calado.

Contaré algunas cosas que puede parecer imposibles en una democracia digna y decente, pero que han pasado. Por ejemplo, en el PP, que sigue sin investigar el papel de Martínez Maillo en el famoso pleno sobre los estatutos que a punto estuvieron de liquidar a María Dolores de Cospedal. En Sevilla, en las recientes elecciones a compromisarios del próximo congreso del PP provincial han resucitado muertos, han aparecido votantes en viviendas deshabitadas, se ha afiliado a personas desde ordenadores institucionales o se ha hecho desaparecer a votantes decisivos. En Dos Hermanas se esfumaron más de 50 electores que hubieran dado la presidencia a los amigos de Cospedal que perdieron unas elecciones de compromisarios por 24 votos y por la ilegalidad manifiesta, cometida por Maillo, de saltarse por la cara los estatutos. (Parece que la Cospe, aunque tarde, ha reaccionado y ya veremos).

En Jaén, donde el dúo Maillo-Moreno ha querido zurrarle otra vez la badana a Cospedal en la persona del actual presidente del PP, José Enrique Fernández de Moya, han resucitado afiliados y florecido las guarradas internas. No pasa sólo en el PP, pero tiene interés relevante porque es el partido del gobierno. El histórico Nono Amate, del PSOE de Almería, ha denunciado la campaña de acoso y coacciones de Susana Díaz. Claro que habría que ver cómo se ha jugado en Cataluña. Los borrados el mapa de Podemos podían contar cosas y muchos otros.

Esto es, el imperio de la guarrería electoral interna se ha extendido ya como una costumbre entre nosotros. ¿Qué más da falsificar un DNI, resucitar el cadáver de un afiliado, domiciliar a un afiliado intruso en una casa deshabitada o hacer desaparecer unos votos del adversario? Sumen el fútbol y sus guarros, los tribunales y sus puercos, los negocios y sus cerdos, los sindicatos y sus marranadas, los empresarios y sus zahúrdas, los periodistas y sus cochineras… y nos toparemos con una larga lista que quizá dé, otro día, para una historia de la España guarra.

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