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Pedro de Tena

El otro mundo de Nati Murillo

La guerra incivil consumó su exilio de ese "otro mundo" del estudio y la cultura, cada vez más otro y más lejano, y su vida quedó marcada para siempre

Nati Murillo nació en Cabra (Córdoba) hace más de noventa años y ha vivido su compleja historia sin que en su espíritu, una presencia indudable tras esos ojos vivos y traviesos, haya quedado ni una pizca de odio, de rencor e incluso de amargura. Tristeza sí, por haber nacido mujer en una España que desperdiciaba sus talentos femeninos. Lectora desde muy pequeña, tuvo que abandonar la escuela a los 11 años para atender el comercio familiar y ahorrar, con ello, un sueldo porque nunca le pagaron nada. Ella, que estuvo a punto de ser proclamada lectora de honor en la biblioteca local (Oliver Twist fue el primer libro que leyó), fue sacrificada en el altar del deber y perdió ese "otro mundo" al que tenía derecho. Ella, que cantaba en el coro de la Polifónica como contralto, lo dejó todo para atender al público tras un mostrador.

Muy poco después estalló la Guerra Civil y el 7 de noviembre de 1938, muy de mañana, su población civil fue bombardeada por el ejército republicano sin explicación militar alguna. Lo peor pasó en el centro de la ciudad, en el mercado, donde murieron alrededor de 40 personas. En total, fueron masacradas más de 120 y heridas otros centenares. Pero, como se dice entre los historiadores serios, Cabra no tuvo un Picasso que pintara a sus muertos. Tampoco ha tenido a presidentes del gobierno, o de la Junta andaluza, o ministras como Carmen Calvo, egabrense, que los hayan recordado. Amnesia histórica, fruto perfecto de una propaganda negra. Nati vio pasar en la calle Parrilla y con el camisón puesto a una vieja casi enana que vendía en un puesto del mercado, no sabe si herida o muerta, metida como un guiñapo dentro de una canasta de mimbre. Gracias a aquella mirada indeleble, ahora resucita para la eternidad.

Nati Murillo era de familia acomodada, lo cual es un decir, porque su abuelo sólo tenía algunas fanegas de tierra, poco más de cien, y una especie de ultramarinos o colmado donde se dispensaban mercaderías necesarias, especialmente chacinas. En comparación con otros muchos, sí, era acomodada. Su abuelo, Rafael Murillo, fue elegido alcalde de Cabra por el partido de Sánchez Guerra durante la II República pero tuvo que ceder el bastón de mando a los republicanos perdedores en otra irregularidad de las muchas que se cometieron.

En su familia hubo de todo. Los más republicanos tuvieron que salir del pueblo y los más "nacionales" se quedaron. Como ella me contó: "Se había sembrado tanto odio, tanto rencor, tanta sed de venganza...". La guerra incivil consumó su exilio de ese "otro mundo" del estudio y la cultura, cada vez más otro y más lejano, y su vida quedó marcada para siempre. La pubertad la pasó en plena guerra coqueteando con los guapísimos italianos que pararon en el pueblo camino de otras batallas y recuerda cómo un tío suyo le enseñó a cantar el himno alemán. También se acuerda de cómo su abuelo libró del fusilamiento o de la prisión a los no pocos rojos que conocían de toda la vida. O dio de comer después a sus familias. Pero para ambos bandos exhaustos, Nati, a sus 15 años, era invisible, su mundo no tenía cabida en aquel paisaje de hambre, hombres y violencia.

Poco a poco, España se fue rehaciendo y Nati consintió en formar una familia tras una bandada de jóvenes amores, algunos imposibles. Crió cuatro hijos y sigue viviendo en Cabra. En su corazón, hay espacio para el humor -cantaba una letra del himno nacional desconocida hasta ahora: "Chero, Chero, tu padre es colillero, catapúm chin chin, tu padre es albañil, viva este pueblo que es encantador en el que visten los guindillas como en Nueva York"-, para la picardía inteligente, para el astuto olvido, para el certero análisis de una madre no cegada por los afectos, para la libertad tranquila, para la reconciliación sincera. Nati tiene historia. Como ella misma expone: "Cuando me dicen que hablo mucho, les replico que es que yo tengo historia". Española, andaluza, cordobesa de Cabra, nonagenaria (¡cuántas memorias históricas perdidas!) y larga, como la Juanita de su paisano Valera, el gran desgarro de su corazón es no haber podido ser lo que debió, no haber logrado vivir la vida a que tenía derecho. De haber nacido en 1960 y no en 1924, tal vez hubiera estudiado, viajado, crecido como un ser humano más completo, más acorde con sus cualidades y disposiciones.

Yo también paseé por otro mundo, el suyo, y fui consciente, aguda, tiernamente, de lo enormemente noble, abierta y brillante que podría ser esta nuestra nación española si alguna vez quisiera escucharse con atención, con juego limpio y sin resentimiento. Por eso me sentí muy feliz cuando tras haber mantenido con Nati Murillo una entrevista de tres horas, dijo a sus hijos: "He estado en otro mundo". En esas horas, no sé cómo ni por qué, logró rescatar ese otro mundo que desapareció de su futuro al cumplir los 11 años. De tal milagro, doy fe.

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