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Pedro de Tena

Gracias, Cataluña

Por habernos devuelto a todos la perspectiva nacional y el legítimo sentido de ser españoles.

Mi agradecimiento es sincero y leal. Tras un tiempo –lo reconozco– aburrido, abatido, enardecido, entristecido, cabreado y soliviantado por el espectáculo ridículo y enano que se nos ha obligado a contemplar, he comprendido que la Historia, con mayúsculas, no la que se inventa, se fabula y se finge, sino la Historia de verdad y nunca evidente a ojos menores, hay que sospecharla con el alma grande, la magnánima y bien contraria a la pusilánime y pequeña. Como subrayó Ortega, el alma grande tiene una misión creadora, debe hacer grandes cosas y las hace. Por ello, el día de ayer, domingo, es un hito histórico. Pero no como algunos creen, miopemente, por ser el principio de la independencia con la que media Cataluña quiere aniquilar a la otra media, sino por ser el origen de la recuperación del sentimiento y el sentido de la nación española, perdido en las brumas de una transición que no supo apuntalar lo esencial: que la democracia se fragua en el seno de una nación y que esa nación era y es España. Haber preterido el marco en que se inscribe toda política ha podido llevarnos a acabar con el cuadro mismo, algo que casi consiguieron nuestras dos repúblicas. Pero, afortunadamente, gracias a Cataluña hemos comenzado a recuperarnos como nación.

Ayer, domingo 27 de septiembre, es el día en que una nueva generación fijará sus raíces. Durante casi cuarenta años se ha infectado a las conciencias infantiles y adolescentes españolas, desde Galicia a País Vasco, desde Castilla a Andalucía (que, por cierto, es una versión extendida de la antigua Castilla, no una variante del Magreb), desde Aragón a Murcia, que España es una gran cosa mala de la que hay que arrepentirse y a la que hay que borrar del mapa. Gran pecado cometido por una izquierda borracha de leyenda negra e internacionalismo obsoleto –ahora incluso mareada y penetrada por los sátrapas nacionalistas–, incapaz de asumir la tradición nacional, algo sobre lo que ya les advirtió Menéndez Pidal, que algo de historia sabía. Abandonar íntegramente a los contrarios, que no enemigos, la fuerza de la tradición y no saber hurgar en ella para apuntalar las propias nociones es una vía segura para la perdición. Por ello, cuando se ha visto a reconocidos miembros de la izquierda en actos recientes defendiendo públicamente la idea de España he comprendido que debemos agradecerle a Cataluña que nos haya devuelto una izquierda nacional, que falta nos hacía. Tardará en cuajar, pero lo hará y es absolutamente deseable que lo haga.

Esa nueva generación española que respeta a su nación también removerá –ya está removiendo– la ceguera y el egoísmo de una vieja derecha que, a pesar de haber recibido el regalo de la defensa en solitario de la nación durante décadas, ha sido incapaz de superar un sentimiento de culpabilidad inexplicable ante tragedias donde todos fuimos culpables (por poner un ejemplo distinto al de las banderas, se consiente que se tire al cubo de la basura le efigie del monárquico Pemán en Jerez y se mantiene la estatua de Largo Caballero en la Castellana de Madrid olvidando una regla de oro de la equidad: o todos moros, o todos cristianos) y obtusa, e incluso infame, a la hora de defender la libertad de todos los ciudadanos con instituciones inasequibles para los poderes fácticos, económicos, sociales, políticos e incluso culturales. La nueva generación que sobreviene ha comprendido ya que para curar el cáncer no sirven las libélulas como nos iluminó un vate extremeño.

Recuerden esta fecha, 27 de septiembre de 2015. Ha nacido una nueva generación que, a pesar de las luces y las sombras de la historia de España –ni más ni menos que las de otras historias nacionales–, ha nacido aquí. Como decía La Pepa, ser ciudadano español es haber nacido en su territorio y la nación española no es de ninguna persona, familia o grupo. Bueno, eso sí, lo de ser justos y benéficos, ya es otro cantar, pero deberíamos estar en ello. Lo dicho. Por habernos devuelto a todos la perspectiva nacional y el legítimo sentido de ser españoles, gracias a toda Cataluña.

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