En toda sociedad hay pobres y víctimas. Tal vez alguien crea que es mejor agrupar ambas categorías en una sola, la de víctimas, pero por ahora es más esclarecedor mantenerlas separadas. Siempre tendréis a los pobres con vosotros, decía Jesús en el Evangelio para contrarrestar la austeridad excesiva ante un festejo comunitario. De hecho, desde el siglo XVIII, el tratamiento de la sociedad europea a sus pobres ha sido más generoso que nunca antes en la historia. Gracias a un capitalismo que permitió y permite hacer crecer la riqueza hasta límites insospechados, pudo plantearse una cierta redistribución social de sus oportunidades. Y gracias asimismo al propio esfuerzo de organización de los pobres, sindicatos, cooperativas, economatos, seguros, etc., por ejemplo, surgidos al amparo del horror de las condiciones de trabajo en la primera Revolución Industrial, pudieron florecer opciones políticas que conllevaban un cierto amparo de la pobreza. Hoy ya sabemos que lo que elimina eficazmente y casi de raíz la pobreza en las sociedades democráticas es la propia democracia, esto es, capitalismo más libertades y estructura democrática del Estado. (Difícilmente se vota en libertad a quien te mata de hambre). Donde no hay eso, la pobreza acampa. Véase el caso del socialismo real como el más llamativo. Y véase cómo la tasa de pobreza en la India ha bajado del 51 al 22%, mientras que en China, en camino hacia la democracia, se ha hundido del 65 al 4%, en datos aportados por Manuel Llamas en estas páginas.
Por influencia del marxismo, durante casi un siglo y medio, sólo se ha hablado de unas víctimas en las sociedades occidentales, que son los pobres, entendiendo por tal la clase trabajadora en su conjunto y no en tanto que pobres sino en tanto que clase destinataria del cambio histórico al socialismo. Muchos creen todavía que el marxismo es una ideología compasiva. Están equivocados. El marxismo es una ideología que se considera resultado de una visión científica de la historia. Su apoyo nominal a los trabajadores no deriva de la piedad por sus condiciones de trabajo sino por su papel en la transformación de la realidad histórica. Hace cinco siglos un marxista hubiera apoyado a la burguesía urbana de las ciudades y no hubiera considerado siquiera el sufrimiento de los siervos de la gleba. Pero afortunadamente, por unas razones y por otras, las democracias constituidas con grandes dificultades (es más fácil construir estructuras jurídicas y políticas que construir personas demócratas), hoy se sabe que en las democracias las víctimas existen y su dolor es más arduo de eliminar incluso que el que sufre este colectivo de víctima que son los pobres.
Naturalmente, los pobres, también aquellos que han quedado sin oportunidades por su propia responsabilidad o la de sus familias, son víctimas. Pero hay otros tipos de víctimas. En general, son víctimas todos aquellos que sufren daños producidos por un delito. De ahí que las víctimas más visibles sean las víctimas del terrorismo, que en estos días de navidades negras comprueban, en un calvario desgarrador e incomprensible, cómo la democracia deja libres a sus asesinos. Además están las demás víctimas de delitos de sangre o de violaciones o maltratos de infancia o de género, o de robos... Pero no son las únicas. Me refiero, por ejemplo y muy especialmente, a los afiliados honestos de UGT que sufren daños morales traumáticos por el comportamiento de una oligarquía corrupta. O los afiliados de los partidos supuestamente democráticos que no pueden ni elegir realmente a sus líderes, designados por otras oligarquías. Y hay más, aquellos que sufren estafas, facturaciones indebidas, aumentos irresistibles de precios de la energía, daños irreparables por serles robados los puestos de trabajo por una red o tela de araña de enchufes... Y muchos otros, como los pertenecientes a todo tipo de minorías... Recuerdo haber oído a Clint Eastwood, cineasta de pro, haber dicho que ya era hora de que el cine se pusiera de parte de las víctimas en la presentación de su película El Intercambio. El cine y todos.
Definitivamente, sí. Si algún día me afilio a algún partido u organización, cosa que no hago desde mi juventud, será a aquel o aquella que defienda sin prejuicios ni miedo a las víctimas. La calidad y el valor de una democracia depende, también, de cómo trata a las víctimas, a sus víctimas.