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Pedro de Tena

Llanto, y grito, andaluz por tres cipreses catalanes

Es siniestro por lo que tiene de coreografía de un escenario patibular. Es lo que tiene la amenaza: que anticipa y fragua el crimen.

Es siniestro por lo que tiene de coreografía de un escenario patibular. Es lo que tiene la amenaza: que anticipa y fragua el crimen.
LD


Cuando alguien viaja por Andalucía, como por el resto de España, como por Europa y el Occidente al que han dado lugar, asume que el ciprés está asociado a lo sagrado. "Arbol de la vida" se le llamó en un tiempo pasado y sí, también nació en el Mediterráneo. Recuerden el tiempo que va de los cipreses que rodean la acrópolis de Atenas o las ruinas de Creta a los cipreses alineados en las calzadas que que conducían a la vieja Roma; de los anunciadores de Leonardo a los amurallados entrevistos por Velázquez en la villa Médicis, de los solitarios y atormentados de Van Gogh a los paradisíacos de Gauguin y a los osificados de Dalí. Me gusta pensar que este enhiesto surtidor de sombra y sueño, más que sostener tratos con la divinidad oscura de Plutón, como creían los viejos griegos y romanos, representa la libertad de quienes aspiran a escapar de la uniformidad de los infiernos, la incorruptibilidad y voluntad de los que anhelan ser inmortales. Perennemente verde, ni la nieve puede con la vida que empuñan ni el invierno es capaz de asarmentar sus ramas. Por si fuera poco, hoy, día de Andalucía, recuerdo que su madera es parte integrante de las guitarras flamencas. Siempre me pareció sublime la procesión de cipreses que conducen al cementerio de Santa Cruz de Mudela, lenguas románticas silenciosas del paisaje calatraveño que hay que atravesar para llegar a Madrid desde Córdoba, por poner un ejemplo.

Ahora nos enteramos que hay quiénes - ¿cómo calificarlos? ¿bestias? ¿monstruos? ¿bárbaros? ¿salvajes? -, han asesinado a unos cipreses del Ampurdán, en la casa de Albert Boadella. ¿Puede hablarse de asesinato de unos árboles? Sí, porque el ciprés, cuando se degolla el tronco, no renace jamás. Pero sería una ingenuidad creer que se trataba de la ejecución de tres cipreses. En su pueblo de Jafre lo que ha tenido lugar es el asesinato simbólico del disidente Boadella, el ajusticiamiento del discrepante español, el aguillotinamiento del adversario histrión que ha tenido el coraje de representar el papel de toda la democracia española desafiando a  la corte telarañosa y ladrona tejida en torno al separatismo catalán. Cuando he visto la foto de estos ya cadáveres vegetales, sabiendo cómo sé qué es sembrar un ciprés y la paciencia y el mimo que tiene la tierra para lograr que asciendan unos metros, he sido consciente de la gravedad de este crimen. Claro está que no es comparable a la vida de una persona, a los heridos y/o asesinados por Terra Lliure. o ETA, o el Grapo o los diversos terrorismos que asolan nuestra historia y la del mundo. Pero es siniestro por lo que tiene de coreografía de un escenario patibular. Es lo que tiene la amenaza: que anticipa y fragua el crimen. Con estos tres cipreses de Boadella se nos ha amenazado a todos los que queremos una sociedad abierta y libre. Ese es el peligro y, como no es el primer aviso ni el primer intento, estamos ya en el camino que conduce a la liquidación de la mucho más de media España que estorba a ese grupo de españoles totalitarios que sufren la locura intolerante de desear la eliminación de quienes no compartimos sus pesadillas. Es a Boadella y al Occidente de la libertad que representa lo que necesitan eliminar.

Famosa fue la novela de la recién desaparecida Harper Lee, Matar a un ruiseñor, crimen símbolo de la maldad ciega e inútil. Un pecado, sentenció Atticus, porque los ruiseñores pueblan de belleza el mundo y no producen daños. Como matar a tres cipreses, que hasta el propio Azaña consideraba figuras angélicas. Tres cipreses que pudieron ser domicilio de las cigüeñas, como se dijo en los Salmos; que pudieron alcanzar las copas de las nubes, que nunca se hubieran cansado de mirar la luna, de vigilar nuestros sueños muertos, de informarnos de los misterios del más allá, fueron exterminados en la casa de Albert Boadella, sencillamente, porque en su suelo se defiende una España común, una España democrática, una patria compartida en libertad. 

Por eso, hoy, 28 de febrero, convertido ya en Día de Andalucía, recuerdo a estos tres cipreses ejecutados en la casa de Boadella y pido para el noble y extraordinario bufón catalán la Medalla de Oro de Andalucía. Sencillamente, porque en su España, como en la mía, no caben privilegios regionales, ni desigualdades autonómicas, ni dos velocidades ni dos fiscalidades ni ninguna otra diferencia ante la ley. Albert Boadella, andaluz que nació libremente en Barcelona - sabido es que los andaluces, los gaditanos como Antonio Burgos, y todos los demás, nacemos donde nos sale de los cojones -, es merecedor de tal distinción porque sus cipreses mártires nos recuerdan hoy a todos los andaluces para qué vale la democracia, para qué se hizo la Constitución y para qué se orquestaron las autonomías y el 28 F:  para que todo español naciera donde naciera, viviera donde viviera, hablara la lengua materna que hablara, tuviera los mismos derechos, deberes, libertades y oportunidades que los demás. Si no es así, nada en España tendrá sentido.
Amb tot el meu afecte i admiració y con mi más sentido pésame por sus hermosos y adolescentes cipreses.

En España

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