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Pedro de Tena

Marta Dreyfus

En el caso de Marta del Castillo, la verdad parece una meta imposible, hallar sus restos algo inesperable y la incapacidad del Estado español algo evidente.

En enero de 1895, el capitán Alfred Dreyfus era condenado y poco después salía para la Isla del Diablo, en la Guyana francesa. Un 13 de enero de 1898, Emile Zola publicaba su famoso "Yo acuso" en el diario Aurora. Ramiro de Meztu, en la búsqueda de un caso similar en España, se refirió al crimen de la calle Fuencarral de 1888. Unamuno parecía preferir el proceso de Montjuich como el más semejante al francés. El caso Dreyfus, que originó la ola de intelectualidad persistente que aún padecemos, fue un caso denigrante, con antisemitismo de por medio, fabricación falsa de pruebas por parte del Estado y deportación de un inocente. Sin embargo, creo que el referente español más cercano, en tanto que vergonzoso, con negligencia clamorosa del Estado en la investigación y obtención de indicios y el interrogatorio de asesino y cómplices y la tragedia de unos padres desconsolados, es el caso de Marta del Castillo Casanueva. Pero ¿dónde están los intelectuales españoles? Nadie firma un "Yo acuso".

Dentro de unos días, el 24 de enero, hará ya ocho años de la desaparición y asesinato de Marta del Castillo. La dilación en la actuación policial fue escandalosa porque, a pesar de las denuncias del padre de la desafortunada joven, Miguel Carcaño, asesino confeso, y sus amigos no fueron detenidos hasta el 3 de febrero, con lo que les dio tiempo a toda destrucción de pruebas. Luego, se vivieron cambiazos de declaraciones y esperpénticos juegos judiciales, sin que el cadáver haya aparecido y sin que nadie haya logrado arrancar la verdad de los implicados.

Ahora, el juez Carlos Mahón acaba de citar como imputado por falso testimonio, nuevamente, al famoso Cuco, el que declaró inicialmente que Carcaño mató a Marta con un cenicero, que se llevaron el cadáver, un bulto a la entrada del salón, en un coche, y que allí estaba el hermanastro de Carcaño, Francisco Javier Delgado, que le amenazó si contaba algo que no debía. Luego, afirmó que la tiraron al río Guadalquivir. Aunque fue condenado a dos años y once meses, está en libertad desde 2013.

Ocho años después, el cuerpo de Marta sigue deshonrado en nadie sabe dónde y los padres de la joven ya no tienen mayor esperanza en que el caso pueda experimentar un cambio esperanzador para la justicia. Muchos han mentido, muchos han fallado, muchos han encubierto y el Estado ha sido incapaz de desactivar la infame estrategia de unos jóvenes delincuentes sin escrúpulos. Al menos en el caso Dreyfus, muchos años después, se conoció la verdad, se restituyó el honor del teniente judío Dreyfus y el Estado francés, aunque quedó en entredicho, se recompuso.

En el caso de Marta del Castillo, la verdad parece una meta imposible, hallar sus restos algo inesperable y la incapacidad del Estado español algo evidente. Todos somos Marta, pero no hay un amplio movimiento que la defienda de la nada.

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