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Pedro de Tena

Marta, Marta

La policía pelea, investiga, derrocha esfuerzo como nunca antes, pero la Justicia cierra la puerta sin saberse bien por qué.

El dolor civilizado, dolor modelado por los principios democráticos de respeto a la justicia imparcial, ese dolor bien lejano del rencor salvaje de la Ley del Talión está dando lugar en los corazones de los padres de Marta a otro dolor íntimo, gutural, desesperado. Haríamos bien en hacer caso del martinete:

Aquel que le pareciere
que mis duquelas no eran na
siquiera por un momentito
que se pusiere y en mi lugar.

Te matan a tu hija mayor un día de enero. Te preocupas, te desgarras por dentro, vas a la comisaría, a la casa de los presuntos autores que señalas enseguida. Tardan más de quince días en detener a los que luego se declararon autores de los hechos en diversa medida. Pasa tiempo y tiempo. El cuerpo no aparece y sin cuerpo no suele haber delito. La angustia es doble: dar sepultura a la hija y disponer de las pruebas necesarias para conocer las circunstancias del crimen. Confías en la democracia y la justicia y lloras a solas porque imaginas la lluvia cayendo sobre un estercolero, un río, un horno, un montón de cal... Va el cante y sale, jondo... 

Lágrimas de sangre
las que lloro yo
esta pena negra
no quiere salir
de mi corazón.

Esperas, confías y ves que unos niñatos, otros no tan niñatos y sus cómplices se ríen de ti, de la Justicia, y empiezan las cosas raras, que hay dos juicios distintos sobre el crimen con diferentes hechos probados –algo insólito–, que hay caminos inexplorados, que hay intereses extraños, influencias sospechosas, que comienzan a salir en libertad quienes deberían pagar por el sufrimiento generado, que el Tribunal Suprermo, nada menos, corrige a la Audiencia de Sevilla porque su sentencia no es lógica en algunos puntos, que pasa el tiempo, y más tiempo, y más tiempo, y dice el alma: 

Ya viene la requisa 
ya suenan las llaves 
y a mí me llora mi corazoncito 
gotitas de sangre.

Pero un día, hace poco, se abre una nueva esperanza. El criminal condenado habla, da una nueva versión de los hechos, señala lugares, cuentas, circunstancias desconocidas. La policía pelea, investiga, derrocha esfuerzo como nunca antes, pero la Justicia cierra la puerta sin saberse bien por qué. ¿Porque de ser ciertos los nuevos indicios se demostraría que toda la Justicia, desde la de instrucción al Supremo, estaría equivocada? Cuatro años largos han pasado. Marta se pudre y con ella se pudren la democracia española y su sistema judicial. 

Han puesto en balanza 
dos corazones a un tiempo 
están puestos en balanza 
uno pidiendo justicia 
y otro pidiendo venganza.

Y ahora, el dolor se ha vuelto negro, espeso, indignado. Y el padre de Marta le dice al juez de Asís: "Nosotros tuvimos una fe ciega en usted. ¿Qué le ha pasado en este tiempo? ¿Se ha cansado o no quiere cimbrear los pilares de la hoy por hoy llamada Justicia? ¿Ya no le interesa la verdad de los hechos, si los hubiere?". Siguen el frío y el calor cayendo sobre el agujero donde se pudre Marta, y se pudre una parte esencial de la democracia española, la fe en la Justicia. 

Que España se está muriendo,
que no hay flores para Marta
que no tiene cementerio.

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